Don Pío

En Baroja apunta un sueño de modernización, urgido por un anarquismo pequeñoburgués

Siglo y medio ya del nacimiento de Baroja. "He nacido -escribe don Pío en Juventud, egolatría- en San Sebastián, el 28 de diciembre de 1872. Soy guipuzcoano y donostiarra: lo primero me gusta; lo segundo, poca cosa". En esas mismas páginas, Baroja dice que "San Sebastián está formado por advenedizos y por rastacueros", razón por la cual los munícipes de la Bella Easo quizá se han olvidado de rendir homenaje a su insigne hijo, "el hombre malo de Itzea". Paradójicamente, lo más admirable de Baroja es esta imparcialidad con que reparte sus animadversiones: lo mismo le atiza a sus viejos convecinos, a la burocracia municipal, que a la volubilidad política de su querido Azorín. Y todo, al amparo de cierto desdén por aquello que pudiéramos llamar el mundo cultural patrio.

Un año antes de que don Pío naciera, Nietzsche ha dedicado a Wagner, bajo el trueno de la cañonería franco-prusiana, El nacimiento de la tragedia. Decimos esto porque Baroja fue un escritor que se quiso nietzscheniano (curiosamente, Baroja detestaba la música wagneriana), y ello por dos motivos, digamos, "regeneracionistas": por su sentido vivaz, solar, pagano, de la existencia; y por la seriedad trágica con que Alemania se abisma en la filosofía. Baroja encontrará ambas cosas en aquel desmedrado titán que fue Ortega y Gasset. Con un añadido de importancia: Ortega ejercerá su alto magisterio en una prensa industrial, moderna, a gran escala, contraria a aquel periodismo esquelético y banderizo de la bohemia, al que Baroja, descendiente de impresores, despreciaba por ágrafo, parcial y provinciano. Esta misma modernidad a la alemana, tan modesta, por otro lado, es la que hará que Baroja encuentre pernicioso el extravagante eslogan de don Miguel de Unamuno: "Que inventen ellos", siendo así que don Miguel quizá se soñara un caballero trémulo del Greco, mientras que don Pío acaso se imaginaba cerca de aquellos arbitristas del XVII, a lo Sancho de Moncada.

Y sin embargo, conocemos del escepticismo y la melancolía de Baroja por El árbol de la ciencia (Baroja fue médico y panadero), igual que sabemos de sus ensoñaciones románticas por Zalacaín el aventurero. Hay una fuerte y vibrante hora de España en la escritura desenvuelta de don Pío Baroja, donde se cumple, de algún modo, como un eco lejano, el ideal formativo del krausismo. Esto es, en Baroja apunta un sueño de modernización, urgido por un anarquismo pequeñoburgués, sin que se conozca aún, en su ominosa eficacia, el árido fervor de las masas.

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