Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Elogio de la estupidez

La política española ha degenerado tanto que nos permite polemizar sobre el más tonto de la clase

Los comentaristas somos los únicos capaces de polemizar sobre asuntos referidos a la clase política, como si fuesen dioses dignos de imitación. Cualquier gesto, palabra, acción u omisión es objeto de acaloradas discusiones entre seguidores de unos y otros. Incluso llegamos, si viene el caso, a hacer elogios de la estupidez que, aunque es condición humana -contra la que ninguno estamos vacunado- la circunscribimos a la llamada 'clase política', como si tal gremio fuese el paradigma de todos los males o bienes humanos. Porque los políticos -y las políticas, por supuesto, no lo olvidemos- son de nuestra misma especie y condición, capaces de las mismas virtudes y defectos. Lo que pasa es que en ellos, sobre todo cuando tienen cargos de representación pública, se nota más esas virtudes y defectos o, al menos, sirven de munición para enaltecerlos o envilecerlos, según convenga a unos y otros, sin tener en cuenta que, en fondo, a nadie interesa lo que digan o hagan, si no le atañen directamente. El resto es cosa de simple anecdotario de columnistas, tertulianos y otras especies que transitamos con distinto éxito entre la algarabía mediática, denostada, a veces con razón y muchas sin ella, sólo por la etiqueta previamente colocada.

Permítanme que hoy les hable del frecuente elogio a la estupidez, señalando la atención que se ha prestado a la polémica de dónde estaba la razón al impedir la presidenta de la Comunidad de Madrid auparse al estrado presidencial al ministro Bolaños, brazo derecho de Sánchez, "por no estar invitado". La noticia ha sido la comidilla política de la semana, desbancando asuntos como la disparada subida de la cesta de la compra, la dificultad de aplicar en realidad el 'maná' ignoto de la ley de vivienda y hasta el asunto de Doñana, en la que también tanta estupidez se ha vertido, empezando por la propia Junta de Andalucía sacando el tema en momento inoportuno.

No voy a secundar quienes llevan razón en el vanal asunto madrileño que tan poco nos concierne por estos lares. Sólo decir que parece un episodio más del teatrillo esperpéntico o del absurdo, tantas veces referido en esta columna, al comentar la escena política española que ha degenerado tanto que nos permite polemizar sobre quién es más tonto de la clase. En realidad, importa poco. Que se lo pregunten a los centenares de miles de españolitos que han disfrutado de este último puente, han abarrotado terrazas y restaurantes, incluso por las cruces de mayo de Granada han llenado calles y barras y han gozado con sus niñas y niños vestidos de gitanos o las jóvenes y no tan jóvenes, aumentando su garbo con vestidos de faraláes. Déjennos a los fastidiosos comentaristas hacer elogios de la estupidez, incluyendo la nuestra.

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