Enemigos

No es verdad que cualquier acto o discurso, como se oye a menudo, conlleve una posición ideológica

En Lo que ha quedado del imperio de los zares, el maravilloso reportaje que dedicó a tratar del pintoresco mundo de la emigración rusa tras la victoria del Ejército Rojo en la disputada guerra civil que siguió a la revolución de Octubre, cuenta Chaves la conmovedora historia, una entre tantas, del escultor Vladimiro Beklemishev, director de la Academia de Bellas Artes de Petrogrado -efímero nombre de la hermosa ciudad de San Petersburgo antes de convertirse en Leningrado- que después de enfrentarse a la familia aristocrática de la que provenía para consagrarse en cuerpo y alma a su disciplina, de renunciar en parte a una obra propia para dedicarse a instruir a los jóvenes y de invertir su patrimonio en proteger y estimular a los más desfavorecidos, convertido en una especie de benévolo "patriarca del arte ruso", fue arrestado y encarcelado por la policía política, que después lo liberaría para que muriera como un perro -así lo hizo, en el camastro que le habían cedido los campesinos de una aldea miserable- cuando vio que el venerado anciano agonizaba en la misma celda. "¿Se supo nunca por qué se detenía y se fusilaba a la gente durante la época del terror?", se pregunta Chaves, para sugerir que habría bastado que lo acusaran de ser un burgués decadente. La historia continúa de la mano de las dos hijas de Beklemishev, con una de las cuales, la también artista Cleopatra -Grecia, Egipto, Roma, Rusia en un solo nombre- se entrevista Chaves en París, pero no seguimos porque él lo cuenta mejor que nadie. Lo relevante es que el cronista adopta aquí y siempre una perspectiva emancipada de la ideología, porque no es verdad que cualquier acto o discurso, como se oye a menudo, conlleve una posición ideológica, y es esa saludable distancia hacia los dogmas lo que le permite compadecerse de las desventuras de unos y otros, sin perder nunca de vista el lado cómico de las cosas. Frente a lo que afirman los herederos del fanatismo bolchevique, no existen los enemigos de clase, como no existen las naciones en abstracto ni existen los hombres o las mujeres como categorías diferenciadas e iguales a sí mismas. Existen las personas, los individuos que se asocian o riñen pero no por ello dejan de pertenecer, en incontables modalidades felizmente diversas, a la perpleja humanidad que nos comprende. Todos los habitantes de la polis, incluso los más ajenos a nuestras ideas e intereses, son conciudadanos y por eso debemos, si no siempre quererlos, saber entendernos con ellos, aspirar a un mínimo de concordia que evite la fractura. Lo contrario es barbarie. Lo contrario es seguir, de buen grado o por desidia, el penoso camino que conduce a la tiranía.

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