Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
SIEMPRE hubo una España paleta. La conocíamos por el Cancionero anónimo y por las cartas de Erasmo que hacen referencia a nuestra nación. En el siglo XX, la figura del paleto en el cine tuvo mucho éxito popular entre los paletos que no se consideraban a sí mismos paletos. Pero la rica y antigua tradición de la paletería se quedó en sus justos términos: nunca hubo catedráticos, ministros, médicos eminentes, arzobispos y abades paletos. Al contrario, las dignidades, con independencia de las personas que las ocuparan, parecían imprimir carácter, porque había una ejemplaridad, una educación y unas formas de comportarse que se aprendían para ascender y ser más dignos y mejores. Los paletos rara vez, por no decir nunca, llegaban a monseñores con derecho a esclavina y hebilla de plata. Excepcionalmente, y por la propia naturaleza de su profesión, había algún general que parecía paleto, pero no era sino bruto, que no es lo mismo. Para acceder a altas magistraturas había un proceso que impedía el paso a los paletos.
La corrupción política existe en cualquier régimen. Pero hasta en ella hay una moral, una norma, una dignidad. En las novelas policíacas aprendimos a conocer delincuentes que, cuando eran descubiertos, aceptaban con una sonrisa y una frase brillante haber perdido en el juego. La corrupción, siempre reprobable, es más impresentable y vulgar, más paleta, en los regímenes políticos en los que se les permite a los paletos acceder al poder. No es defecto del sistema político, sino de los partidos, a los que se les supone un conocimiento personal de sus candidatos. Y si fuere del sistema, basta con regular adecuadamente la cuestión. El despilfarro del dinero público, aunque nos asombre, es legal, no legítimo; justificado, no justificable. No vamos a pretender una sociedad sin corrupción, no somos utopistas, ni sin delitos, que los habrá allá donde viva un grupo de la especie humana; pero sí podemos ponerles todos los inconvenientes, perseguirlos y castigarlos, que no para otra cosa están las leyes.
Nos dicen amigos que han vivido en Estados Unidos varios años que también allí, como es natural, hay corrupción, lo que ocurre es que debe ser muy inteligente, bien planeada y organizada, y no ridícula ni escandalosa. Los corruptos en Norteamérica dan para novelas y películas, ensayos de sociología y obras didácticas y morales, dan trabajo a Robert de Niro y producen libros y discos superventas. Los gastos públicos están tan controlados que ni los periódicos ni el FBI están pendientes del asunto. España da corruptelas de paletos, de pobres con dinero, de gente ínfima con poder, que gastan el dinero en bogavantes y langostinos, viajes inútiles y coches caros con chófer, porque nunca comieron bien ni viajaron, ni están educados para el poder. Hasta la delincuencia tiene su aristocracia. Si no da para un buen guión de cine, es ridícula.
También te puede interesar
Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
Las dos orillas
José Joaquín León
Sumar tiene una gran culpa
Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Moreno no sabe contar
Crónicas levantiscas
Feijóo y otros mártires del compás
Lo último