HACE unos meses eminentes economistas, entre los que se encontraban varios premios Nobel, rubricaron un manifiesto solicitando más estímulos gubernamentales y créditos fiscales para esquivar los efectos de la crisis. En el documento se alertaba de que la contracción excesiva del gasto no estimulaba la demanda y por lo tanto ni se reactivaba la economía ni se generaba empleo. En España, por ejemplo, el Gobierno puso en marcha iniciativas que fueron desde el estímulo fiscal al recorte del gasto. Una de ellas fue el plan de austeridad que congeló las pensiones contributivas y redujo un 5% el salario de los funcionarios.
Resulta evidente que las administraciones deben apretarse el cinturón y que debieron hacerlo mucho antes, pero ahora mismo se necesitan estímulos para reanimar la economía. La demanda de electricidad y de gas ha caído a mínimos históricos, la compra de vivienda hace mucho tiempo que se desplomó, el tráfico en las autovías está muy lejos de recuperarse, el consumo de combustible va en picado. Hace unos meses se justificaba la debilidad del consumo por la falta de confianza en el futuro y ahora, en cambio, se compra menos porque sencillamente no hay dinero.
Con el paro en niveles de depresión, la primera prioridad de los gobiernos debería ser crear y mantener empleo y no tanta austeridad fiscal. Los problemas que azotan a la economía no son fruto de un alarmante crecimiento del gasto público sino del colapso de la burbuja inmobiliaria, que provocó un espectacular aumento del paro. En el documento que firmaron los economistas se llegaba a la conclusión de que el sector público debía compensar la falta de demanda privada hasta que la inversión privada pudiera sostener el crecimiento. Podría ser una solución porque la crisis de confianza en el sistema está hundiendo todos los indicadores económicos y el paciente hace tiempo que dio síntomas de agotamiento.
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