Eva

Para los padres, cien minutos de existencia de Eva bastaban para salvar a otros niños que podían necesitar sus órganos

Hace cinco años escribí de una vida en cien minutos. Hace cinco años escribí de un extraordinario proceso de la naturaleza, de un milagro para creer en la vida, en las personas, de un milagro para entender que todavía hay quien vive para los demás, un milagro para cuestionar a quienes opinan que los milagros, ni las buenas personas, existen. Bueno, no fue un milagro. Eva vivió, y como decía su padre, en el tiempo que vivió hizo más de lo que cualquiera de nosotros estaríamos dispuestos a hacer en nuestra vida.

Hubo quienes lo criticaron, quienes dijeron que era un atentado contra la condición humana. Pero fue sólo la historia de Eva, un bebé a quien, apenas diecinueve semanas de gestación, le diagnosticaron un proceso de anencefalia, una enfermedad terminal que le condenaba a formarse desprovista de partes esenciales de su cerebro o del cráneo y cuya afección provoca su muerte a escasas horas de nacer. Los padres de Eva pensaron que cien minutos de existencia bastarían para salvar otros muchos niños que podrían necesitar sus órganos, y decidieron continuar el embarazo.

Nacer para morir. Nacer para ser Eva. Vivir para dar vida. Tanto por hacer, tanto por ofrecer, tanto por demostrar en cien minutos… Eva vivió. Saludaron a la pequeña, disfrutaron, la tuvieron entre sus manos… "Eva fue perfecta a su manera", dijeron sus padres. Encontrar razones y argumentos es la tarea más importante del proceso de educar. Pero, honradamente, no me siento preparado, ni sé dibujar respuestas para todo. Porqué el sufrimiento, porqué un Dios que envía mensajes de vida equivocados, qué hicieron seres indefensos para no permitir que crezcan… la historia de Eva, estaba abocada, como tantas otras, a ello.

Pero no fue así. Con Eva no lo fue. Con Eva renacieron motivos para la esperanza, para creer en la vida, en la generosidad de la condición humana, en la entrega a los demás hasta el límite, sin saber a quién, ni cómo, ni cuándo, ni dónde. No habrá nunca respuestas para todo, pero se me antoja la obra de un Dios que al final da sentido a nuestra existencia; aunque en ocasiones no termine de entenderlo y me rebele contra sus designios.

Hace cinco años, descubrí la lección tremenda de vida que nos dio Eva y su familia. Estoy seguro que cuando transcurrieron los cien minutos, sintieron el dolor de su pérdida. Pero, también estoy seguro, sintieron el tremendo orgullo de lo que Eva, en cien minutos, ofreció en nuestras vidas. Gracias, Eva. Por tus cien minutos. Cinco años después, tu historia me sigue impresionando.

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