
La esquina
José Aguilar
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Postrimerías
Fundador de la Unión Británica de Fascistas y notorio defensor del diálogo con la Alemania nazi, Oswald Mosley fue justamente acusado de enemigo de la democracia y pasó la Segunda Guerra Mundial encerrado, lo que lo libró de conspirar contra su propio país, como hicieron otros colaboracionistas, y también de la depuración posterior a la victoria de los aliados. En sus ampulosas memorias -Mi vida (1968), publicadas en España por Luis de Caralt-, un prolijo ejercicio de autoexculpación que no muestra arrepentimiento ni ninguna clase de empatía con los millones de víctimas de la barbarie a la que había servido, bien que en calidad de comparsa en una nación por fortuna escéptica, el líder fascista seguía afirmando que sólo había buscado la paz y que la Guerra Fría -argumento muy socorrido para los antiguos simpatizantes del Eje, entre ellos los defensores de la dictadura de Franco- le había dado la razón en sus visionarios avisos sobre la amenaza comunista. Encontramos un retrato caricaturesco del aspirante a caudillo británico en la tercera novela de Nancy Mitford, Wigs on the Green (1935), publicada entre nosotros con el título de Trifulca a la vista, donde la ingeniosa autora de A la caza del amor trazó una sátira amable -demasiado amable- del movimiento que dirigía su futuro cuñado, primero amante de su hermana Diana y después casado con ella en segundas nupcias, una boda secreta que se celebró en la mansión de Goebbels y a la que asistió el mismísimo Hitler. Aunque condescendiente y humorística, la novela de Mitford, obra menor de su primera etapa, enfureció a sus hermanas filonazis -Diana y Unity, que logró introducirse en el círculo íntimo del dictador e intentó suicidarse cuando Gran Bretaña le declaró la guerra a Alemania- y en parte por eso, pero sobre todo por un elemental sentido de la oportunidad, se negó a reeditarla en la posguerra. "Han ocurrido demasiadas cosas para que los chistes de nazis puedan considerarse divertidos", le confesó a su amigo Evelyn Waugh. Antes, la propia Nancy, pese a sus veleidades de juventud, había dejado dicho que no veía diferencia entre fascistas y bolcheviques, distintas clases de fanáticos. Y es verdad que todos los fanáticos se parecen. Cayeron la Alemania del Reich y la Italia de Mussolini, y cayó también la URSS, pero los tiranos y sus ideologías redentoras -podemos hacer chistes, pero no son divertidos- siguen ejerciendo un extraño poder de seducción, arrastrando a los desavisados a una incomprensible forma de ceguera. Ya deberíamos saber que las llamadas a la paz y el diálogo no valen con ellos, pero hay quienes no se enteran o parecen empeñados en hacerles el juego.
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