Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Monticello
Ser fiel al incierto es el puerto más seguro. La frase es de Gonzalo García Pelayo, y él la esboza a modo de confesión vital y de imperativo ético personal. No obstante, esta idea de fidelidad a lo incierto nos ilumina uno de los conceptos de la gran literatura, que no es otro que el de la aventura. La aventura implica un compromiso con el futuro, es decir, con lo que está por venir y se desconoce. Es sinónimo de riesgo, sí, pero también de esperanza, porque en el aventurero no está el espíritu de inmolación sino el de supervivencia. En cualquier caso, es ley natural que los padres no entiendan y teman las aventuras de sus hijos. La aversión al riesgo es proporcional a la experiencia adquirida. Cómo iba a entender el padre de Robinson Crusoe que aquel hijo suyo, ni lo suficientemente rico, ni lo suficientemente pobre, renunciara a una vida de comodidad para embarcarse rumbo a lo desconocido. Pero toda aventura, aparentemente irracional para quien la contempla, tiene, si es sincera, una razón de ser para el que la acomete. Es, digamos, fruto de una pasión razonadora, y es por eso difícil saber qué alas se pueden estar cortando cuando se pone freno a la pulsión hacia lo incierto. Al padre de Darwin le desquiciaba la pasión de su hijo, a quien juzgaba un estudiante mediocre, por la caza y la naturaleza. Ese musarañeo contemplativo y curioso de animales y plantas, tan característico suyo, sin el cual no se hubiera aventurado cinco años a bordo del Beagle. También el padre de Ramón y Cajal desesperaba con el romanticismo irredento del joven Santiago, sin el cual no se explica esa confesión suya de haber hecho ciencia, tras la Guerra de Cuba, por puro pundonor patriótico. Parece ser que ni el uno ni el otro apuntaban grandes cualidades en su infancia y juventud, pero ambos poseían una curiosidad invencible y un afán decidido por encontrar una razón vital, al margen del guion para ellos escrito.
A nadie se le puede exigir la aventura pero tampoco negársela y creo que algo parecido se hace cuando hoy asumimos sin remisión que sólo hay un futuro cierto, y pernicioso, para las nuevas generaciones. Puede que esto sólo sea una forma de descargar nuestra culpa por haber abandonado el deber moral de instruir en las grandes virtudes. En cualquier caso, uno tiene la esperanza de que, pese a nosotros, habrá muchos chavales con hambre de curiosidad que caminen como camelen -El Fary dixit-, pues hoy lo incierto, la aventura, parece más que nunca el puerto más seguro.
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