El balcón
Ignacio Martínez
Sota de Espadas
Bloguero de arrabal
Como decían las hermanas de Las Gabias, guardesas de un baptisterio romano que había descubierto su abuelo: “¿A quién no le va a gustar un imperio romano del siglo primero?”. ¿Y a quién no le va a gustar una Princesa de Asturias tan fluida como doña Leonor? A la que vemos hoy embarrada, como en una película americana de reclutas maltratados por un sargento tosco y brutal, y al día siguiente nos derretimos al admirarla vestida de recluta de gala presidiendo con sus augustos padres un desfile militar; o, antes, estudiando bachillerato en un elitista colegio inglés. ¿A quién no le va a gustar una muchacha vestida con un conjunto de falda pantalón elegantísimo, dueña de un cabello que en la vena del oro se escogió, y que su regio padre, atento, recoge y ordena? Pues sí, al inclemente Pánfilo, este alter ego que me parasita y sofoca, no le gusta. Le faltó tiempo para informarme, tras la ceremonia de la jura, de que él sigue siendo republicano y de que monarquía y democracia no dejan de ser un oxímoron irreconciliable. Y añadió más: que aunque Leonor fuera tan inteligente y poderosa como su tocaya aquitana del siglo XII, él seguiría terne en sus convicciones. Y que, aunque doña Leonor fuera una Catalina de Siena, una Teresa de Ávila, una Juana de Arco, una Genoveva de Bramante o una Sor Juana Inés de la Cruz, él seguiría abominando de la monarquía. Ni, aunque nuestra princesa de la boca de fresa y el Toisón de oro en la solapa de su chaqueta, emulara y superara a Isabel la Católica, a la Reina Virgen o a la regente María Cristina, la que –según una coplilla popular– nos quería gobernar, él aplaudiría ni un segundo a la joven heredera de la corona. Pánfilo se emperra en seguir siendo republicano aunque la chica tuviera la valentía de Agustina de Aragón, el estro de Rosalía, la lucidez de la Pardo Bazán, la oronda y lasciva campechanía de su tatara-tatara-tatarabuela, Isabel II, el ímpetu De Concepción Arenal para defender los derechos de esclavos y mujeres, la poderosa belleza revolucionaria de Dolores Ibárruri, la pulida escritura de Lejárraga o el novelar excelso de Carmen Laforet. Leonor no ha pasado por las urnas ni ha hecho oposiciones ni ha tenido que mandar currículos para colocarse como hacen todos los jóvenes de su edad, por eso Pánfilo no la admite. Vale, le digo, tú te la pierdes.
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