Sí, ponga un Goya en su vida. Podrá decir lo que le venga en gana, soltar el espiche que desee, ser el más osado de cuantos componen el foro de la pajarita. Si me apura, hasta otorga derecho a no abandonar el año venidero la lista de posibles subsidiados de la cultura. Y nada hay mejor para ello que alinearse con la intelectualidad predicada (y comprada) por el Gobierno de la Nación. Lo dicho, si tiene la más mínima oportunidad, ponga un Goya en su vida.

Tener el Goya es, como diría, elemento imprescindible para ostentar patente de corso, para presidir la antesala de la excelencia, para ser el admirado, venerado e idolatrado cultureta de la más preciada reunión. Porque, ¿quién en España osaría contradecir a un premiado hijo de la cultura o el famoseo? Es tanto como faltar al respeto al país, un golpe de estado ideológico, una abominable e intolerable salida de tono que excede con mucho los límites de la libertad de opinión. Execrable sin más.

A fin de cuentas, los discursos de la otra noche -después de acordarse de sus respectivas familias- sólo fueron un modo de perpetuar públicamente su adhesión al consejo de sabios a cuyo cargo debiera estar el devenir ideológico de mi país. Todo en una noche de sábado, bata y zapatillas, bandeja de la cena, y leyendo el nivel de asistencia a salas de películas nominadas con hasta tres Goyas por venerados miembros de la Academia. Ejemplo: La Piedad de Eduardo Casanova, subvencionada por el Ministerio de Cultura con 317.000 euros, ha tenido hasta la fecha, la recaudación total de 18.154 euros (2.858 espectadores). Comprenderán que uno pueda creer que aquello rondaba el cachondeo, que no son los Goya, sino una fiesta de cumpleaños de la izquierda ideológica; que, abochornado, buscara refugio en cultura más del terruño y me viera una película de Paco Martínez Soria. Lo demás, para sesudos ególatras de alfombra roja.

Todos se acordaron de la sanidad madrileña, todos se dieron cita en la manifestación del día siguiente en la capital. Todos. No hubo excepción. Como si de campaña concertada se tratara (perdónenme el como), uno tras otro se retrataba en ese minuto mal contado. Nadie habló de miedo, de mujeres que hoy padecen un inexplicable e injustificable error legislativo que les obliga a vivir en permanente angustia. Nadie pidió dimisiones. Todos silenciaron en sus discursos la rebaja en las condenas de los violadores derivadas de la ley del 'solo sí es sí'. Eso hubiera quedado fuera de la izquierda ideológica, eso no debe ser cultura…

Por eso, no sean tontos, pongan un Goya en su vida. Es tal que una licencia para sobrevivir en este efímero y mudable mundo de la cultura. Dice Mario Vargas Llosa que "todas las dictaduras practican la censura y usan el chantaje, la intimidación o el soborno para controlar el flujo de información. Se puede medir la salud democrática de un país evaluando la diversidad de opiniones, la libertad de expresión y el espíritu crítico de sus diversos medios de comunicación". Pues la otra noche, más de uno debiera hacérselo mirar…

Y no se preocupen: vayan a ver la última de Santiago Segura. También es cultura.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios