Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

'Grenouilles' navideños

Jean-baptiste Grenouille es un personaje inquietante para sus literarios semejantes, y también para los lectores de la novela que protagoniza, El perfume, del alemán Patrick Süskind. El horrísono y deforme Grenouille es capaz de identificar con su olfato lo que ningún hombre podría, y acaba siendo el príncipe mendigo de los perfumistas del París del siglo XVIII. Carece de ningún tipo de olor propio, y percibe el mundo a partir de un olfato descomunal. A través de la historia, muchos humanos han buscado eso, que se nos identifique con un olor, con un perfume, y en algunos casos ocultar el propio. Es un blindaje y a la vez una posible arma de encantamiento sensual. En esta búsqueda pituitaria e identitaria, muchos naufragan, y algunos triunfan, o sea, consiguen despertar la atracción y el aprecio. Algunas mujeres dejan tras de sí una estela densa y mórbida a su paso; desagradable a diario, erótica si es casual. Otras y otros sí consiguen atraer al macho o la hembra ocasional, a su apetito sexual, de forma nada inocente, cogidos de la invisible mano de un frasco de esencia hecha de maceraciones y destilados de plantas y flores, bálsamos, ámbar o secreciones de mamíferos. Otros son varones que te dejan una fragancia dulzona y persistente después de estrecharte la mano. Uno quizá ya no puede dejar de ser machista en esto, y los hombres muy perfumados me parecen por lo general repelentes.

La Navidad y la compulsión de la compra dadivosa hace que un producto con alta carga de diseño, aspiración, sexualidad y, puede, buen olor sea la estrella de la publicidad. Son precisamente la publicidad, el diseño del frasco, el famoso o morboso personaje asociado a la campaña y la distribución los componentes principales del coste: no la alquimia del líquido. De jóvenes, regalamos mucho perfume a nuestros ligues, en una forma de marcar el territorio que es también una expresión de falta de criterio muy adolescente y juvenil. De mayores, regalar una fragancia más o menos cara es una forma de quitarnos de en medio la insoportable presión del Universo Agasajo en el que ya estamos cayendo. Otra vez toca disfrutar de los movimientos gatunos por los suelos de una anoréxica algo yonki, del marinerito de culete apretado que publicita un frasco fálico; del paquetón, la tableta y el azul de ojos del italiano sudoroso que va a poseer a una chorba en una barca a remos en el Mediterráneo; de la suegra del Litri. De la voz en off que nos dice, con un acento extranjero y sensual que te mueres, cómo pronunciar el nombre del perfume. ¿Otra vez? Sí, otra vez.

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