Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Gurdulú hacía 'mindfulness'

Desde hace unos diez años que supe de ello -lo que pude entender- me ha llamado la atención la emergencia del mindfulness, del que yo, ignorante, diría que es hijo moderno de la meditación, y que me sean indulgentes los peritos y los prosélitos del ramo. La meditación -lo digo desde la nulidad de luces para estos asuntos- es otra práctica metafísica que me sumía en la confusión. Para mí meditar era pensar, pero un día supe, de una amiga cordobesa con vocación oriental, que meditar era precisamente no pensar. Quizá acabaré viendo la luz de Krishna un día. De momento, tanto una cosa como la otra son conceptos y artefactos actitudinales que nunca he acabado de asimilar cuando me los explican, aunque, por pasar el trago, yo asentía como un perrito de bandeja trasera de Renault-12: sin parar y con la lengua fuera. Confieso esto sin afán alguno de guasa. Más bien con rabia por mi terrenalidad Tauro, o, si ustedes abominan de la astrología y así lo prefieren, por filiación aristotélica congénita: quiero tocar y palpar, ver y contemplar, escuchar para entender, escribir en vez de devanarme la sesera con el mentón apoyado en mi puño. Llámeme usted Judas, el de los dedos en la llaga.

Con Italo Calvino me crie de adolescente tardío en cierta literatura italiana, que me deslumbró: Moravia, Svevo, Sciascia. Mi primo Juan y Alfred llegaron a ponerle El barón rampante (1957) a un bar de copas, del mismo amor. No me llegó tanto el Vizconde demediado, la primera entrega (1952) de La trilogía de nuestros antepasados, pero me gozaría al menos cinco veces y entre carcajadas y casi llorando con El caballero inexistente, la última de la triada, publicada en 1959. Viene aquí al caso. A propósito de mindfulness, de vivir el momento concentrado, diré que tanto me concentré ayer en esta columna que, cuando me di cuenta, la había guardado con el nombre de Gafas de sol 12_3_23, porque estaba tan metido en mí mismo y tan aceptante de mi entorno directo, que la funda de las Ray Ban junto al ordenador confundió mis yemas digitales, y, donde debí decir "de cerca", tecleé "de sol", tan cegadora era la luz de mi alma creativa. Y recordé aquel pasaje en el que el caballero inexistente -Agilulfo, un quijote redivivo, pura armadura sin cuerpo dentro- ve cómo su Sancho, llamado Gurdulú, rueda por la ladera al mimetizarse con unas manzanas maduras caídas de su árbol, y no precisamente inventando el Ladera Body Board. Sino observando su realidad directa sin juzgarla, con plena aceptación. Rodando cuesta abajo. (Seguiremos intentándolo. Om.)

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