En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
CUANDO se viaja a un país que se supone exótico, y habría que discutir acerca de lo que cada uno entiende por exótico, se va cargado de estereotipos y de clichés preconcebidos. En mi caso, además, precedido de lecturas geográficas, históricas y literarias. Hace muchos años que estuve en Grecia, treinta para ser exactos, tantos que dudo que la Grecia actual tenga algo que ver con la que conocí. O tal vez sí; es posible que los problemas que arrastra la Grecia actual deriven de que siga siendo la misma de entonces.
Yo fui a Grecia pensando en la Grecia clásica, la de Pericles, el germen de la Filosofía y de la ciencia, la cuna de la civilización occidental. De esto sólo quedaban ruinas a las que había que echarle mucha imaginación para darle forma y muchas referencias toponímicas. Sin pensarlo me topé con el mundo otomano. Descubrí entrañables templos bizantinos, barrios como el Monastiraki llenos de tipismo oriental y cafetines que en nada se diferenciaban de los que había visto en Estambul.
La variedad étnica y cultural es una gran riqueza, pero tiene sus inconvenientes. Sobre todo cuando lo peculiar no se pone al servicio del enriquecimiento mutuo y se utiliza como arma diferencial. Que Grecia pertenece a Europa está tan fuera de dudas como que África está al otro lado del estrecho y no al sur de los Pirineos. Afortunadamente, por mucho que se hable de globalización y de uniformidad socio-cultural, las diferencias regionales y nacionales son evidentes. Un finlandés piensa e interpreta la vida de una forma muy distinta a un español o un italiano. Un niño del norte de Noruega, que pasa meses sin salir de casa y sin ver el sol, no puede ser lo mismo que uno de su misma edad criado en las calles de Nápoles o de Andalucía. Ni mejor ni peor, sino diferentes.
La mentalidad de un griego de nuestro tiempo poco tiene que ver con la de un coetáneo de Platón o Esquilo. Probablemente se sienta más identificado con la filosofía de vida oriental, con la de sus paisanos turcos y su pasado otomano, lo cual no le exime de cumplir con sus obligaciones. En todo caso, a pesar de los problemas que trae consigo esa forma distinta de entender la vida, Grecia es a Europa lo que la masa al pan o las uvas al vino. Una Europa sin Grecia y sin los países despectivamente denominados PIGS, sería una Europa rígida, triste y aburrida. Tal vez no merecería la pena estar en ella.
También te puede interesar
En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Ángel Valencia
Reivindicación del estilo
Por montera
Mariló Montero
Se acabó, Pedro
La ciudad y los días
Carlos Colón
Lo único importante es usted