Confabulario
Manuel Gregorio González
Lo mollar
Desde Desde que Alan Turing estableciera en 1950 el test para medir si una máquina es inteligente o no, y en 1956 John McCarthy acuñase el término “inteligencia artificial” (IA), la evolución en este campo ha sido constante. A pesar de llevar mucho tiempo aplicándose a la resolución de problemas complejos, ha sido en este último año donde la IA ha cobrado un interés especial con la irrupción al gran público de ChapGPT y otras herramientas de similares características. Tal es su importancia que la propia Unión Europea ha tenido que legislar para definir sus límites de actuación. La cuestión que ahora surge es ¿será suficiente, o esto es como poner puertas al campo?
Durante los últimos 40 años hemos construido el mayor banco de información pública y gratuita de la historia: Internet. Hoy nos parece imposible que alguien no lo utilice para seguir noticias, buscar datos o comunicarse con el resto del mundo. Es, sin duda alguna, el mayor avance logrado por la humanidad para albergar gran parte del conocimiento global. Ahora ha llegado el momento de crear herramientas de análisis e interpretación, que manejen esa inmensidad de información, y surge la gran ocasión de aplicar la IA. Como herramienta matemática que es, sus posibilidades para establecer medidas estadísticas, que hagan que toda pregunta o respuesta se asemeje al lenguaje humano, son increíbles. El problema nace cuando dicha herramienta puede ser alimentada a través de la visión artificial o de la recepción de datos biométricos de las personas. Aquí la protección de la intimidad choca frontalmente con la tecnología, como bien saben las dictaduras donde aplican estos procedimientos de control total, y es lógico que Europa haya dado un paso adelante en su legislación.
Pero las capacidades de esta herramienta para detectar enfermedades, gestionar datos, producir software o establecer estrategias no son nada despreciables. Por ello existe una gran preocupación en el salto que pueda darse a la denominada inteligencia artificial general (IAG), donde tratan de igualarse o superarse las propias limitaciones humanas. Curiosamente la prueba para llegar a este nivel será la posibilidad de que un ordenador demuestre un teorema, lo que implica un plus de creatividad aún no alcanzado. Pero nadie duda de que se está trabajando en ello, tanto para el bien como para el mal, lo cual fue, es y será el eterno dilema de la humanidad.
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