José Asenjo

Imposturas

Postales desde el filo

18 de septiembre 2021 - 01:36

Parece que nuestra derecha se empeñe en dar la razón a Marx cuando, para denigrar la democracia representativa, hablaba de cretinismo parlamentario. Afortunadamente, hay un parlamento que teatraliza ante las TV el conflicto y la polarización y otro que, fuera de focos y cámaras, se dedica a cosas útiles. Desde luego que hay un trabajo serio en el Congreso y el Senado que queda opacado por el ruido y la furia de las sesiones de control, que son las que absorben todo el interés mediático. Claro que dichas sesiones están para eso y la sobreactuación o la sal gorda están dentro de la lógica, e incluso la naturaleza, de ese tipo de actos parlamentarios. Pero una cosa es eso y otra bien distinta caer en ese cretinismo tan del gusto de los antidemócratas. No es que sea algo genuinamente español, lo que sucede en nuestro caso es que la bronca no es tanto fruto del lógico desacuerdo en asuntos ideológicos, morales o culturales, sino que tiene su oscuro origen en la inamovible convicción de la derecha española de la ilegitimidad de todo gobierno que no sea de ellos. Una recurrente anomalía democrática que se repite desde los años noventa.

No necesita muchas razones nuestra oposición para recurrir a la hipérbole, pero la llamada mesa de diálogo es una ocasión de oro. No cabe duda de que Sánchez asume un gran riesgo, consciente de que son muchas las posibilidades de que las cosas no acaben bien. En principio, la mesa es un fin en sí misma, mejor dialogar que alzarse contra la Constitución. Ha mejorado el clima y dividido el secesionismo. Aunque soy de los que piensan que el problema de una Cataluña sumamente fragmentada es algo que, en primera instancia, tendrían que abordar los propios catalanes: la verdadera cuestión de fondo no es tanto entre el gobierno central y el de la Generalitat, como entre los ciudadanos catalanes que quieren la secesión y los que no.

Por otra parte, lo que me parece más paradójico es que aquellos que presumen, con cierta impostura, de herederos de la Transición -ese momento áureo en el que el consenso y el diálogo encontró su máxima expresión entre nosotros- digan ahora que dialogar entre españoles, un independentista no deja de serlo malgré lui, supone traicionar a España. Y, sin embargo, los que reniegan de la Transición, por considerar -como Mouffe y Laclau- que la verdadera esencia de la política es el conflicto, sean los más entusiastas defensores del diálogo y el consenso con el independentismo.

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