James Bond a ritmo de sardana

Estos ademanes supremacistas dan una idea del nivel intelectual al que ha llegado el nacionalismo

Corría el año 1940 cuando un inquieto militante comunista barcelonés desarrollaba una de las más secretas y sorprendentes operaciones de espionaje de la historia. Habiendo sido elegido por Stalin, por su polifacética elegancia y sus habilidades como conquistador, lograba seducir a algunas mujeres del ámbito anarquista catalán y neoyorquino para sacarles toda la información posible que le permitiera acceder al búnker donde Trotski se refugiaba en México. Tras clavarle un piolet en la cabeza, el joven Ramón Mercader cumplió su misión y años después fue condecorado con la Orden de Lenin y la medalla de oro como héroe de la Unión Soviética. Hoy un joven y hábil policía nacional revive estos episodios que tanto están dando que hablar en España.

Se dice que el desconocimiento de la historia nos condena a su repetición, pero el caso vivido entre las militantes de la CUP es realmente paradójico. Volver a caer en los mismos errores que hace 80 años nos demuestra que hay actos humanos que no tienen enmienda. Y el problema es que no ha sido una mujer en particular la que se ha dejado conquistar por este eficiente funcionario sino muchas y en cadena. ¿Hacía falta tantas conquistas para obtener la información necesaria o es que le fue cogiendo gusto a tan duro trabajo?

Ahora la denuncia por la violación de su independentismo sexual debe sentar las bases de una nueva jurisprudencia: no solo se requerirá del consentimiento en las relaciones sino que además se deberá llevar un currículum profesional actualizado donde se incluyan hasta los más íntimos detalles; cualquier muestra de interés por la vida de la pareja deberá ser puesta en tela de juicio y sembrar la sospecha de un posible espionaje encubierto y, por tanto, no habrá el más mínimo diálogo so pena de ser acusado de conducta sexual españolista. Es decir, un sinfín de sandeces que tratan de distraernos del motivo principal de los hechos: varias parejas, desde su propia libertad, desearon mantener relaciones y ahora no saben cómo esconder la cantidad de información que fluyó entre ellos.

Finalmente defienden que el denunciado les debió confesar su profesión, porque nunca se hubiesen acostado con alguien de su calaña. Estos ademanes supremacistas, queriendo que los espías reconozcan que lo son, nos dan una idea del nivel intelectual al que ha llegado el nacionalismo catalán y los días de gloria que aún le esperan.

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