Ignacio del Valle
Sabor a puente
Alto y claro
Hubo un tiempo no tan lejano, aunque su recuerdo empieza a difuminarse a medida que nos dejan sus protagonistas, en el que había que jugarse la libertad, y muchas veces la vida, para reclamar cosas tan evidentes que hoy a las generaciones más jóvenes les costará trabajo creerse. Intentar organizar a los trabajadores para defender sus derechos o salir a la calle para exigir esos mismos derechos era reunir papeletas para pasar unos cuantos años en la cárcel. Lo sabe bien Eduardo Saborido al que el jurado de Premio Clavero, que organiza este periódico y la Fundación Persán, ha concedido este año un galardón que se ha convertido en uno de los más prestigiosos que se conceden cada año en Andalucía.
Hace medio siglo Saborido y otros nueve dirigentes de Comisiones Obreras, entre ellos los también sevillanos Fernando Soto y Francisco Acosta, fueron condenados a elevadas penas de prisión por promover las entonces clandestinas Comisiones Obreras. A Saborido le cayó la pena más elevada, 20 años, en el famoso proceso 1001, del que este año se cumplen 50 de su celebración. Sólo el final de la dictadura impidió que esa condena se cumpliera. No se trata aquí se hacer un martirologio de los que en aquellos años dieron con sus huesos en la cárcel o resaltar el carácter heroico que tuvieron esas luchas, que lo hubo. Sí de subrayar el compromiso personal y social de los que se opusieron a la dictadura sólo con la fuerza de la razón.
El mismo día que Saborido y sus compañeros se iban a sentar en el banquillo, el 20 de diciembre de 1973, ETA -o quien estuviera detrás de ETA- asesinó al entonces presidente del Gobierno, el almirante Carrero Blanco. Hoy hay que hacer un esfuerzo mental importante para trasladarse a aquella España que iba dejando atrás los fantasmas de la guerra civil, pero en la que era imposible ejercer un mínimo de libertar sindical o política. A la altura de aquellos años el desarrollismo franquista había creado un modelo económico que había formado una clase trabajadora a la que se le negaban derechos reconocidos en toda la Europa democrática. Lo que no había cambiado era la represión de una dictadura temerosa de su pueblo ni los mecanismos para ejercerla con crueldad.
El Proceso 1001 fue básicamente eso: un intento de afirmación del carácter represor de la dictadura cuando ya entraba en fase terminal. Eduardo Saborido y los que lo acompañaron en esa aventura pagaron con su libertad la defensa de los trabajadores que querían sindicatos no controlados por el franquismo. Pero sobre todo dieron un empujón decisivo para que España entrara poco después en el periodo de democracia más prolongado y rico que ha tenido en toda su vida. A ellos se lo debemos.
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