Brindis al sol
Alberto González Troyano
Vieja y sabia
En tránsito
Estos días, por la mañana, cuando el calor no alcanza aún cotas bíblicas -como en el horno ardiente del rey Nabucodonosor-, voy a caminar junto al río Guadalquivir. Si hay algo que defina Andalucía, es este río grave y majestuoso que nace en Sierra Morena y desemboca en Sanlúcar de Barrameda. En estos días, como es natural, procuro escuchar lo que dicen las docenas de personas que van a caminar y a hacer deporte junto al río. Si uno va sin escuchar música y presta atención a las conversaciones de la gente que va en grupo, todo se oye, todo se sabe. Ahora mismo, yo imaginaba que las conversaciones iban a centrarse en la política, en vista de la cercanía de las elecciones. Pero después de un arduo trabajo de campo -quince días seguidos escuchando-, estoy en condiciones de afirmar que nadie habla de política. Ni siquiera los pescadores de caña, que se echan horas y horas esperando que pique algún pez despistado -¿una carpa, un albur, tal vez un milagroso barbo de cuatro kilos?- y que tienen a sus vecinos de asiento a menos de dos metros, se dignan conversar de política. Algunos escuchan la radio, otros escuchan música por los auriculares, y otros practican la variante andaluza de la meditación zen -la técnica vipasyana-, que consiste en mirar cómo pasa el agua y cómo pasan las nubes y cómo pasa la vida hasta que llega la iluminación silenciosa y la hora de volver a casa.
¿Y de qué hablan los demás paseantes que van cada día al río a hacer deporte? Pues de un tema sobre el que existe unanimidad absoluta: los perros. Dolencias de perros, noviazgos de perros, hábitos de perros, manías de perros, neurastenias de perros, tarifas de veterinarios… De los debates televisivos entre candidatos se habla poco -o más bien nada-, pero de los perros hay opiniones y discusiones interminables que se repiten día tras día. Si los candidatos quieren fomentar el interés de los ciudadanos por sus propuestas, quizá debieran incorporar un debate sobre mascotas -seguridad social, ¿sí o no?, veterinarios gratis, ¿sí o no?-, porque les aseguro que el tema suscita un entusiasmo ilimitado. En cambio, de los temas llamémosles serios se habla poco. O nada, en realidad. Si esto es bueno o malo -un signo evidente de felicidad o por el contrario un indicio inquietante de indiferencia-, no soy quién para decirlo. Yo me limito a caminar junto al río.
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