En los últimos años, aparece en el sector editorial una figura que cada vez está alcanzando mayor relevancia. Se trata de los llamados lectores sensibles o de sensibilidad ("sensitivity readers") que, profesionales o no, son personas encargadas de asesorar a los autores sobre asuntos que escapan a su experiencia, sobre todo en lo relativo a la diversidad (raza, género, identidad cultural, orientación sexual, etc.). Derivados de la corrección política, vienen a ser una especie de correctores literarios que, lejos de ocuparse de errores ortotipográficos o de estilo, buscan en el texto indicios de una percepción equivocada de la nueva realidad sociocultural, evitando que la obra incorpore afirmaciones insultantes para los colectivos que se mencionan en ella.

El fenómeno, fundamentalmente anglosajón, suele exigir que estos lectores sensibles pertenezcan a un grupo marginado y ofrezcan, a partir de su conocimiento personal, alternativas a la deformación propia de quien, refiriéndose a uno de aquéllos, ignora su verdadero sentir.

Tal práctica tiene, claro, defensores y detractores. Para los primeros, así se consigue una visión más exacta de la sociedad actual. Para los segundos, estamos ante una variante moderna de la censura, a mayor gloria del neopuritanismo.

Aunque los lectores sensibles no tienen la potestad de modificar lo escrito, su influencia tiende a ser determinante. A través de ellos, el oficio editorial persigue reducir riesgos, cubriéndose de las eventuales repercusiones negativas y cancelaciones que pueda tener un libro cuando llegue al gran público. Señala Dante Augusto Palma que la justificación funciona más o menos así: "Mi texto no puede ofender a nadie porque fue leído por lectores sensibles que lo aprobaron".

La escritora Kate Clanchy identifica el núcleo del problema. Según ella, se está imponiendo la idea de que la literatura tiene que representar lo que el mundo debe ser y no lo que el mundo es. Por ello, si un personaje es racista, misógino, homofóbico, etc., debe ser reemplazado. Asume de este modo una insólita misión ética, estableciendo lo que está bien y lo que está mal.

Por mi edad, a mí me parece absurda esta automutilación de la creatividad. Pero se ve que para las jóvenes generaciones la heterodoxia, la incorrección o la provocación ya no tienen sitio en el universo de las letras. Se las está tragando esa artificial y supuesta igualdad, tan castradora como imposible.

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