Ayer hablé con mi hijo mayor. Sus problemas con la química, progresos en filosofía, desencuentros con las matemáticas, avances en literatura... Me ilusionó. Sentí que aún había margen, que no estaba todo perdido. Ayer hablé con mi hijo, y mientras me enredaba su ilusión con lo mucho que había aprendido, mientras explicaba lo que avanzaba, supe que aún alguien tenía en sus manos el secreto de educar. En el siglo XXI, alguien lo tenía. No es poco. Tanto hablar de cambios radicales, de fracaso educativo, de pública o concertada, de adoctrinamiento, de opciones excluyentes… ayer descubrí que hay quien se preocupa por construir. Y construir, en lo que a nuestros hijos se refiere, no es ni más ni menos que eso: educar. Educar el pensamiento, educar el cuerpo, educar el alma. Ayer hablé con mi hijo, y con dieciséis años se mostraba ilusionado, motivado, un hijo que cree en lo que hace, un hijo que madura y su madurez, lo aleja de nosotros, se escapa de las manos. Todo no puede ser bueno, y en el legítimo egoísmo de los padres, la madurez tiene una parte mala.

Ayer hablé con mi hijo y escuchándole, sentí mayor admiración por sus maestros. Maestros. Cuando la enseñanza raya la excelencia, dejan de ser profesores y se transforman en maestros. El tiempo perdido en cuestionar leyes, políticas educativas, proyectos, experiencias, el tiempo perdido en referirnos al envoltorio, nos ha terminado por secuestrar la visión de lo que más debe importarnos: sus maestros. Y con ellos aprender, formarse, construir personas, sentir que en su vida todo va como ellos quieren que vaya. Que se encuentran cómodos. Con ellos. Con sus maestros. Que a pesar de su esfuerzo, a pesar de sus horas de estudio, a pesar de tantas y tantas tardes bajo el flexo de su habitación, aprendieron a ser felices en su pequeño mundo que todavía crece.

Y responden. Devuelven su admiración, las ganas de encontrarse a diario (bueno, no siempre, pero muchos días sí…), de sentirse grupo. Y que en ese grupo están sus referencias. Sus maestros. No son compañeros. No son colegas. Son maestros. Sus maestros.

Ayer hablé con mi hijo mayor. "Ojalá el año que viene sigan los mismos en nuestro grupo, papá". El mejor piropo sin duda. Su adolescencia no admite más. Pero no es el único que piensa así. Hay muchos. Hay miles. "Enseñarás a volar. Pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar. Pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir. Pero no vivirán tu vida. Enseñarás a cantar. Pero no cantarán tu canción. Enseñarás a pensar. Pero no pensarán como tú. Pero sabrás que cada vez que ellos vuelen, sueñen, vivan, canten, piensen, estará la semilla del camino enseñado y aprendido."(Madre Teresa). Ayer hablé con mi hijo. Y pensé que aún hay quien cree que podemos dejar a nuestros hijos un bonito mundo. Os doy las gracias por ello.Felices vacaciones.

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