Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Ultramar
En tránsito
El otro día, cerca del Parlamento de Andalucía, me encontré con un montón de escolares que iban a realizar una visita al Hospital de las Cinco Llagas (quizá era jornada de puertas abiertas, no sé). Casi todos los escolares eran alumnos de los primeros cursos de primaria, niños y niñas de entre seis y ocho años, diría yo. Estuve un rato mirando cómo los niños cruzaban la calle y caminaban hacia el edificio. Como es natural, los niños estaban muy excitados por la visita -y por la salida a la calle- y jugaban, se empujaban, se reían y a veces incluso echaban a correr. Pero allí estaban los maestros, vigilantes, atentos, preocupados. En un momento dado, una furgoneta maniobró marcha atrás y estuvo a punto de poner en peligro a alguno de los niños que pasaban por la acera. Pero allí estaban los profesores, pendientes de la furgoneta y cogiendo de la mano a los niños. Cuánta paciencia había en ellos, cuánta entrega y cuánta dedicación. Si alguno de aquellos niños tuviera un accidente por culpa de un descuido, los profesores se enfrentarían a un calvario administrativo y judicial. Y además se les acusaría de negligentes y de irresponsables, por mucho que hubieran dedicado toda su vida a aquellos niños a los que ahora acompañaban rumbo al Parlamento de Andalucía poniendo los cinco sentidos en que no les pasara nada.
¿De qué clase de titanio moral están hechos estos profesores y maestros? Apenas tienen reconocimiento social, sus sueldos no son especialmente boyantes y cada día deben enfrentarse a cuarenta niños con la mente alborotada y la atención abducida por los móviles y la televisión y la pésima educación que reciben en sus casas. Si los niños fracasan, la culpa es del profesor. Si los padres se quejan, la culpa es del profesor. Si la Administración quiere buscar un chivo expiatorio, la culpa es del profesor. Y por si fuera poco, los profesores -sobre todo los varones- están sometidos a la amenaza constante de ser denunciados por algún alumno retorcido o simplemente malvado (que existen, ojo, existen) bajo una falsa acusación de tocamientos o abusos o Dios sabe qué.
¿Cómo es posible que en estas condiciones siga habiendo gente que esté dispuesta a ser profesora o maestra? Pero esa gente existe. Y ahí está, en la calle, vigilando los cruces mientras acompañan a los niños de visita al Parlamento de Andalucía.
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