Marítimas Un buque de crucero con universitarios fondea en la bahía de Málaga

cuarto menguante

Joaquín Aurioles

Málaga en la autonomía andaluza (II) La perspectiva de la producción

Como ya ocurriera hace dos décadas el turismo y los ingresos por exportaciones vuelven a asumir el papel de plataforma de salida de la crisis para el conjunto de la economía regional

LA autonomía andaluza daba sus rimeros pasos cuando la crisis de los 70 se encontraba en pleno apogeo (los Pactos de La Moncloa se celebraron en octubre de 1977) y las políticas de oferta se disponían a ocupar el puesto que dejaban las exhaustas y fracasadas políticas keynesianas, con la reconversión industrial como intervención estelar. Por un lado había que corregir el exceso de capacidad productiva en algunos sectores, especialmente en el naval y la siderurgia, y por otro había que impulsar una reconversión (innovación, nuevas tecnologías y productos), cuya principal finalidad era la de mantenerse en los mercados. Resultó un fracaso, pero la iniciativa movilizó un presupuesto inicial de un billón de pesetas, que en la práctica se convirtió en el doble, al que hubo que añadir un coste privado que las estimaciones de la época calcularon en más de medio billón y venía acompañado de un ambicioso programa de reindustrialización que terminaría marcando profundamente la orientación de la política económica de los años 80, incluida la de la Junta de Andalucía.

El hecho de que Málaga y Almería fuesen las dos únicas provincias andaluzas excluidas de la política de polos de desarrollo de los 60, determinaron que el peso del sector industrial fuese relativamente reducido y, por lo tanto, también la repercusión del hundimiento de la industria durante la crisis y de las políticas de reconversión industrial (Intelhorce y Cros, fueron los únicos episodios destacables) y reindustrialización. Como alternativa, tanto Málaga como Almería llevaron sus economías por derroteros diferentes a la industria. En la primera, la Costa del Sol ya se había consolidado como uno de los principales destinos turísticos del Mediterráneo, mientras que la economía almeriense también había puesto en marcha su particular revolución de agricultura intensiva en invernaderos. Paradójicamente, turismo y agricultura intensiva terminarían convirtiéndose en las actividades más representativas del perfil de la nueva economía andaluza, aunque la fascinación frente a un modelo de desarrollo económico levantado sobre una base industrial potente y moderna iba a permanecer durante años.

Hay dos etapas en la política económica andaluza. La primera llega hasta 1994 y se caracteriza por el fuerte protagonismo de la planificación y la permanente identificación del desarrollo económico con el industrial. Se realizan tres ejercicios, en todos los cuales está presente la preocupación por el creciente problema del desempleo, aunque con énfasis diferente en las prioridades sectoriales. En los dos primeros (Plan Económico para Andalucía, 1984-1986; y Programa Andaluz de Desarrollo Económico, 1987-1990) se produce una clara apuesta por el desarrollo endógeno y la industrialización de la agricultura, con la creación de organismos públicos para la promoción de la industria en general, entre los que destacan SODIAN (Sociedad para el Desarrollo Industrial de Andalucía), SOPREA (Sociedad para la Promoción Económica de Andalucía) y el Gran Área de Expansión Industrial de Andalucía. El Plan Andaluz de Desarrollo Económico (1991-1994) mantiene el apoyo a la industria agropecuaria, pero lo amplia a la industria de material eléctrico y electrónico, material de transporte, maquinaria en general, textil, madera y artes gráficas. Como se puede apreciar, poco interés visible, hasta el momento, por los servicios en general y por el turismo en particular. A pesar de ello, la economía malagueña, que en 1980 representaba el 16% de la andaluza había aumentado hasta el 17,5% en 1987, aunque a partir de ese año iniciaría un declive que se prologaría hasta el final de la crisis de los 90.

La segunda etapa de la política económica en Andalucía se inicia tras las elecciones de 1994 y la formación de un gobierno en minoría que lleva al Presidente Chaves a buscar en sindicatos y empresarios el apoyo que le negaba el Parlamento. Se ponía en marcha la concertación social, que, al margen de los contenidos concretos de los acuerdos, se ha consolidado como el rasgo más característico de la nueva política económica de la Junta de Andalucía, hasta la actualidad. Durante este periodo se han mantenido los ejercicios de planificación, aunque con intermitencias y con dos características a destacar desde el punto de vista del fomento. Por un lado, la integración y el reforzamiento financiero de los diferentes organismos para la promoción económica (IFA e IDEA) y, por otro, el reconocimiento del papel clave del turismo y los servicios en el conjunto de la economía andaluza.

Los problemas del turismo a finales de los ochenta contribuyó al declive de la economía malagueña, dando lugar en Andalucía a un movimiento renovador en el sector que preconizaba el agotamiento del segmento de sol y playa y postulaba el impulso de un nuevo modelo basado en el aprovechamiento del patrimonio natural y cultural, aunque la crisis de los 90 se encargó de volver a poner las cosas en su sitio. En primer lugar, porque las primeras señales de recuperación, en el cuarto trimestre de 1993, vinieron de la mano de los ingresos por exportaciones (agricultura intensiva) y turismo (sol y playa) y se mantuvieron hasta que la demanda interna tomó el relevo, en 1996. En segundo lugar, porque frente a la pretendida decadencia, el turismo de la Costa del Sol consiguió realizar una espectacular reconversión, incorporando algunas innovaciones, como el turismo de golf y el de circuitos por el resto de Andalucía, que conseguiría marcar de forma significativa, no solamente el turismo andaluz, sino también el conjunto de la economía. El panorama iba a cambiar todavía más en los años siguientes con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, la explosión del turismo residencial o las compañías low-cost, pero todo ello iba a ser perfectamente digerido por el turismo de la Costa del Sol. En 1995, Málaga producía el 16,7% del producto interior bruto andaluza, pero se elevaba hasta el 19,2% en 2008. En la actualidad representa un 18,8%, pero lo verdaderamente importante es que, como ya ocurriera hace dos décadas, el turismo y los ingresos por exportaciones vuelven a asumir el papel de plataforma de salida de la crisis para el conjunto de la economía regional.

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