Cuando lean esta columna los pactos para la elección de ayuntamientos y gobiernos autonómicos ya se habrán celebrado. No soy analista político ni tengo el menor interés en serlo. Quiero dedicarle este artículo de hoy a lo que más me ha sublevado de las semanas de negociaciones entre los partidos.

Y ha sido simple y llanamente la bochornosa injerencia francesa en la política interior española. Mis lectores más antiguos son conocedores de mi antigabachismo. Ya tocaba, por mi parte, volver a la carga. La intervención francesa en la historia de España es sencillamente una maldición. Recordarlo someramente sobrepasa con mucho el espacio de este artículo. Sin remontarnos a la época de los reyes de uno y otro lado, sí cabe subrayar algunas de las últimas. La primera, la presencia violenta y criminal en nuestra nación de una de las mayores bestias de la historia: Napoleón, el genocida corso. Vino aquí a someternos a espada y fuego y a robarnos. Apenas hay un solo monasterio o iglesia de Madrid para arriba que no cuente algo sobre el saqueo sufrido por las huestes criminales gabachas en nombre de la liberté, egalité y fraternité. Crimen y robo a destajo. No se llevaron más porque no les dio tiempo. La siguiente que nos hicieron, que no olvido ni olvidaré, fue durante los años de plomo del terrorismo etarra, hoy lavado y blanqueado sin pudor. Caían los españoles por cientos, empresarios, periodistas, militares, guardias civiles y policías y los asesinos pegaban el tiro y se las piraban para Francia donde eran acogidos y mimados. Lo he vivido, y de tal manera quedó todo en mi retina y en mi alma que no hace muchos años hice un viaje al sur de Francia para conocer uno a uno los pueblos en los que los asesinos vivían a cuerpo de rey. Los nombres de esos pueblos eran pronunciados casi diariamente en la prensa de España y yo los aprendí de memoria.

Aquello cambió afortunadamente, pero el ansia y disfrute de tocarnos las narices no han desaparecido. La última ha sido la intervención del Gobierno francés en las negociaciones de los partidos políticos españoles para formar ayuntamientos diciéndole a Ciudadanos lo que tiene que firmar y con quién sí y con quién no. Ya que el Gobierno español no se siente ofendido por ello, al menos que quede constancia de que un simple columnista de provincias arde en celo patrio y los manda a freír espárragos o a la gran puñeta, lo que prefiera monsieur Macron, este Napoleón de playmobil. Al fin y al cabo también fue un solo hombre, el alcalde de Móstoles, el que se levantó contra los asesinos y ladrones invasores. "La Patria está en peligro", gritó. Naturalmente. Con estos vecinos siempre ha estado en peligro. Y sigue.

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