En tránsito
Eduardo Jordá
Te vigilamos
de todo un poco
GARCÍA-Margallo propone que cada autonomía gestione sus impuestos. Si comparar la política española a la Divina Comedia no fuese faltarle a Dante, titularía este artículo "Perded toda esperanza". A ver si me cabe en esta columna la simple enumeración de los múltiples desalientos que produce la intervención del ministro, tantos como cabezas tiene la hidra.
Adolece del vicio consustancial de nuestra democracia: disfraza de diálogo lo que es dejación. Se trata de no encarar el problema del cupo vasco y navarro por el método de extenderlo. Se cede una vez más al órdago del nacionalismo catalán, pero callando a los otros barones territoriales con la promesa de concesiones. Esto supone un seudo-soborno, pues se propone a los políticos de las regiones menos ricas dejar de defender los intereses de sus administrados a cambio de manejar ellos más dinero. Eso, a los más pobres; a todos, se les quiebra la igualdad, que también importa. Se trata de la vieja tentación autonómica de la cabeza de ratón frente a la cola del león de la soberanía nacional, representada en las Cortes, donde los leones, precisamente. Habría que colocar en las puertas de cada parlamento autonómico dos ratones satisfechos con sus dos buenas bolas de queso. Esta extensión de los conciertos forales a toda la peña para disimular la cesión a Mas no sería más que la repetición del "café para todos", pero elevado a su enésima potencia enervante: "Red Bull para todos". Que les daría alas.
Ya he perdido la cuenta de las cabezas de la hidra, pero da igual, porque donde se cuenta una, salen dos. De remate, la expresión de Margallo ha sido especialmente desafortunada: ha propuesto literalmente que cada autonomía "explote su propio pozo". Así ven al contribuyente: como un pozo sin fondo y en propiedad transferible. Oscuros, sí, como un pozo, aunque agotados, nuestros bolsillos podrían pedir su propio concierto fiscal, un cupo por familia, pero la familia no cuenta como institución ni como interlocutor válido ni nada. También desalienta por partida doble que haya sido precisamente Margallo: por lo institucional, pues no parece que un ministro de Exteriores sea el más adecuado para meterse en tales interioridades; y por lo político, porque hasta ahora se le veía como hombre de principios dentro del PP, libre de las servidumbres de la popularidad. La hidra me ha cabido. Los sapos ya nos los tragamos nosotros.
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