Pablo Alcázar

Mayo del 24

Bloguero de arrabal

Mi hijo no pudo estar en París en Mayo del 68, pero sí en las protestas estudiantiles de Mayo de 2024

22 de mayo 2024 - 00:00

Hace tiempo que desconfío de que los jóvenes, abducidos por la IA y por las nuevas tecnologías, sueñen en revolución alguna, pero mi hijo Pablo me anima a recuperar la fe, después de su visita a las acampadas de protesta por el genocidio en Gaza, en las que –él lo ha constatado- campean una organización y un protocolo del que carecían las algaradas estudiantiles del pasado siglo, en las que él participó activamente. Los jóvenes de los 80’ consumían cantidades notables de alcohol y de otras drogas, erradicadas en la actualidad de los campus ocupados. Los modelos de entonces: Mayo del 68, y los festivales de la isla de Wight y de Woodstock. Piensa mi hijo que el planteamiento de las actuales protestas fortalece sus reivindicaciones y despoja a las autoridades de excusas para desalojarlos de sus campamentos; también me explica, contrariado, que en el siglo pasado la causa de algunas movilizaciones se diluía, a veces, por la falta de organización y la habitual división de sus promotores. En el campus de la Complutense, me dice, reinan un silencio y un orden marciales, ausentes de las manifestaciones estudiantiles que se organizaban en los 80’ en defensa de la supresión del servicio militar, de la libertad sexual y del feminismo. Los acampados, hasta ahora, acuden a talleres y se reúnen en asambleas en las que se consensúan las acciones que se van a realizar, se recogen firmas, se decide el formato y contenido de las pancartas; dan charlas personalidades relevantes y ofrecen conciertos conocidos artistas. A ciertas horas, los voluntarios responsables del rancho preparan la comida para los compañeros. Los ingredientes del menú -aportados por la gente- son, fundamentalmente, frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, frutos secos y semillas. Ni carne ni leche ni huevos ni miel. La lucha contra el mal trato animal y contra el ecocidio inspira a muchos de los acampados. Mi hijo les llevó unos kilos de verduras y una buena porción del salutífero tofu para contribuir, aunque fuera de forma mínima, pero vegana, al mantenimiento de este disciplinado ejército que, según él, y pese a mis reservas, es capaz, con su renovada disposición a la lucha, de parar el genocidio de Gaza. Porque, me dice, como esperemos que lo hagan los políticos de la U.E., en pánico por el atentado de Eslovenia, lo tenemos crudo.

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