Medio siglo de libertad

El mérito de haber consolidado una monarquía parlamentaria ejemplar será de todos si volvemos al espíritu constructivo original

A priori las negociaciones actuales para una nueva legislatura pudieran parecer un trámite más en la reciente historia española. Sin embargo, en esta ocasión tendrá lugar un acontecimiento especial: en mitad de ella se cumplirán los cincuenta años del fin de la dictadura y del inicio de nuestra democracia. Muchos han sido los hechos acaecidos, algunos tristes y otros ilusionantes, pero el mérito de haber consolidado una monarquía parlamentaria ejemplar será de todos, siempre que seamos capaces de volver al espíritu constructivo original.

Durante estos años ha habido múltiples cambios sociales en España. Es curioso pensar como en los años 70 llegó el top-less a nuestras playas y hoy todavía alguna cantante reclama derechos enseñando su torso desnudo. Aunque a la mayoría estas imágenes no nos impresionan lo más mínimo y a nadie ya escandalizan, todavía hay partidos cuyos líderes animan a las mujeres a protestar mostrando su desnudez. Habrá que invitar a estos políticos, tan jóvenes y caducos a la vez, a pasear por nuestras playas para comprobar como sus deseos se ven cumplidos sin alaracas ni postureos.

Lo que sí ha ido creciendo durante estos años en un sentimiento de insolidaridad territorial cada vez mayor. A los partidos que exigen un trato diferencial para sus regiones se les ha ido otorgando un poder inusitado. Hasta tal punto de permitir que las pensiones sean diferentes, que los sueldos por el mismo trabajo no sean equivalentes o que la capacidad de endeudamiento sea distinta siempre que los demás asumamos sus deudas. Este es el punto principal que hoy toca corregir si queremos seguir siendo ciudadanos libres e iguales en un país democrático moderno.

Es evidente que la responsabilidad sobre la limitación del techo presupuestario, que recae sobre el Senado de España, va a ser un elemento regulador estratégico, especialmente ante las ambiciones económicas de los partidos insolidarios que pretendan repartirse el Estado. El resto de exigencias, sobre cambios legales absurdos y amnistías inconfesables, va a depender de la seguridad jurídica que este país quiera mostrar al mundo. Pero mientras se pueda prometer el uso de lenguas cooficiales en el Congreso, lograr los votos para tener la presidencia de la Cámara, y al día siguiente dar un paso atrás, no hay problema. Como decía el escritor Jean de la Fontaine: “Engañar al que engaña es doblemente entretenido”.

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