Nadie duda de la imperiosa necesidad de aprobar los presupuestos para 20021, ni tampoco de su enorme dificultad. El primer escollo es que, al menos en teoría, con unos presupuestos aprobados el gobierno tiene bastantes posibilidades de agotar la legislatura. Algo que no puede aceptar una oposición que le niega legitimidad y que desde el minuto uno se ha propuesto como único objetivo hacer caer al ejecutivo. Casado, como condición previa, impone a Sánchez que rompa con Podemos porque su prioridad es acabar con el gobierno, no que tengamos presupuestos. Se podría decir que es lo propio de la oposición, pero no es eso. Ya que sería un descomunal ejercicio de irresponsabilidad, ante la pavorosa crisis que nos amenaza, que los desacuerdos, más o menos justificados, obligasen a una cuarta edición de los presupuestos de 2018.

Lo cierto es que cada uno tiene sus razones para hacer lo que hace y es probable que de no hacerlo recibirían el castigo de sus respectivos electorados. El sociólogo José A. Gómez Yañez, en un reciente artículo, definía nuestro actual sistema de "pluripartidismo líquido", resultado de la fragmentación que refleja las rupturas sociales e ideológicas de la sociedad. En esa liquidez pegajosa tus aliados son a la vez tus mayores adversarios electorales: el verdadero problema del PP no es el PSOE es Vox, mientras que Sánchez se juega los votos con Iglesias. Los adversarios están dentro de cada bloque ideológico y los enemigos extramuros. Así las cosas, lo imposible es tener aliados fiables. En el multipartidismo, líquido o sólido, la capacidad de pactar es una condición necesaria para el funcionamiento del sistema: si nadie tiene la mayoría y existe una imposibilidad objetiva, agravada con la polarización, de formar mayorías plurales, la democracia se bloquea (nunca mejor dicho). Es lo que nos está sucediendo, justamente, cuando es más necesario que el sistema funcione a pleno rendimiento.

Recomendaría a nuestros líderes que saquen unos minutos en sus apretadas agendas para hacer unos ejercicios de meditación para poder mirar en su interior. Algo que les facilitaría ponerse en el lugar del otro, aunque sólo sea para entender mejor al adversario con el que iniciar un diálogo: ¿qué haría Sánchez en esta situación si fuese el jefe de la oposición? o ¿qué le plantearía Casado si hubiese ganado las elecciones y habitase en la Moncloa? Deberían responderse a esas sencillas preguntas.

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