Memoria de pez

Hemos olvidado que deteníamos nuestra rutina para salir cada tarde a alentarles

La capacidad de memoria de un pez es de 3 segundos. Esa era la leyenda que inspiró la cinta Buscando a Dory. Aunque las últimas investigaciones han demostrado que se trata de un mito. Los peces son capaces de aprender, de reconocer a su agresor un año después de haberse topado con él, y, es más, a diferencia de los humanos expertos en tropezar tropecientas veces con la misma piedra, si el pez consigue zafarse de un anzuelo, nunca volverá a picar. Parece que la amnesia anterógrada que se le suponía a Dory es más propia del género humano. Esa incapacidad de recordar debería añadirse a la tabla de nuestra taxonomía: Homo sapiens, especie del orden de los primates, de la familia de los homínidos... amnésico anterógrado. Apenas se acaban de cumplir dos años de una pandemia que avivó nuestros temores. El miedo a morir nos convirtió en sumisos y consiguió que, pacíficamente y por motu proprio, nos encerrásemos. Y como primates que somos, espantamos el miedo haciendo ruido, sacando los brazos por los ventanucos, saliendo a las terrazas, a la misma hora, todos juntos, en comunión, para que nuestro ruido de palmas llegase a los únicos que luchaban cara a cara con lo desconocido, pero, sobre todo, a los únicos que podían hacer algo por nosotros. Han pasado los tres segundos de Dory, un instante fugaz en el tiempo, y nuestra amnesia anterógrada hace de las suyas. Les hemos olvidado. Hemos olvidado que deteníamos nuestra rutina para salir cada tarde y alentarles. Estuvieron ahí. Sin tregua. Y ahora, se les exige que continúen a toda máquina, como entonces, sin descanso, sin ayuda, sin medios. Porque la velocidad de locomotora abarata coste a la administración. Olvidamos porque conviene económicamente, olvidamos porque no tenemos miedo. Y porque el homínido de la clase política, de la subclase derecha, es soberbio, arrogante y camina envanecido ignorante de que donde hoy está puede que mañana no esté, y entonces será uno más cuando le sobrevenga lo inesperado y en mitad del proceso de pánico tenga que conectar zoom, crear reunión, pasar enlace, que funcione la conexión y que un médico de urgencias saque las manos por una pantalla y le ausculte. Lo de la comunidad de Madrid, y otras tantas comunidades afines, no es ya una falta de respeto hacia los sanitarios, es desprecio, es una insolencia a la sociedad que se permite desde la altanería de quien, irreflexiva, irreflexivo, se siente a salvo de la enfermedad, protegida por médicos particulares y descansados. Al resto que le..., con una banda sonora de fondo: "Que se mueran los feos/ que no quede ninguno, ninguno, ninguno, ninguno de feo...".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios