Dentro del nutrido cupo de ridiculeces que ofrece la vida de hogaño, el fútbol le hace sitio generosamente a un sin fin de ellas. La última es la de ver en el Argentina-Francia del domingo una especie de reedición del Clásico, adjetivo ya instalado de hecho cuando se trata de discernir sobre un Barça-Real Madrid. Y se hace carne gracias al periodismo bufandero, ese que no se despoja de la camiseta de su club ni para dormir.

Que Messi tenga la posibilidad de irse del fútbol con un Mundial en su palmarés es algo que pone de los nervios al madridista irredento. Hasta tal punto el nerviosismo que hasta enarbola la enseña de Mbappé a pesar de cómo el francés los dejó este verano con la miel en los labios. Se enfoca la final del domingo como un duelo Messi-Mbappé y a partir de ahí se toma partido por Argentina o por Francia, cuando los que tienen que estar muy satisfechos son los que tuercen por el PSG.

Y en esto se torna a la seriedad y no cabe la menor duda de que estamos ante una gran final, infinitamente superior a la del pasado Mundial. Aquel Francia-Croacia es superado con holgura por este Argentina-Francia que lleva incorporado un plus inequívocamente atractivo, el del pulso entre esos dos gigantes que son Messi y Mbappé. Dos futbolistas que, por lo pronto, han protagonizado las dos jugadas del Mundial, el argentino ante Croacia y el galo frente a los marroquíes.

Dos lances emblemáticos y en este pulso entrambos genios, ¿quién parte de favorito? No lo hay determinado, pero es el argentino el más necesitado y bien que lo está demostrando. Puede que sea su última oportunidad de ganar un Mundial, Mbappé ya lo ganó en Rusia y la necesidad puede determinar que el fiel de la balanza se vista de albiceleste. Es una gran final sin duda como es indudable la sinrazón de tomar partido porque una vez uno de ellos era el enemigo, qué cosa.