Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Qué bostezo
CADA 8 de marzo se repiten las reivindicaciones de costumbre con motivo del Día de la Mujer. Y produce cierta desazón comprobar cómo los argumentos, legítimos como pocos, son los mismos cada año. Hay quien opina que en cuestiones de igualdad se ha crecido mucho en la última década; pero, desde un espejo más socrático, convendría admitir que lo poquito que se ha avanzado no ha hecho más que revelar que el camino que queda por andar es más largo de lo que creíamos. Es cierto que la sociedad contemporánea se muestra especialmente hábil a la hora de formular sus diagnósticos: condiciones laborales y salariales injustas, dejadez por parte de los varones de las responsabilidades familiares y domésticas, reproducción de las conductas relacionadas con la desigualdad y hasta con la violencia en edades cada vez más tempranas... Sabemos bien cuál es el problema. Pero la toma de decisiones en consecuencia, así como la aplicación de soluciones, resulta ya una materia bastante más complicada. Y quizá esta ineficacia responda a que los criterios de desigualdad son interpretados así, en bruto, y por separado, cuando igual responden a un quid bastante más amplio. Tal vez necesitamos un marco que integre todos los problemas para que éstos signifiquen de manera más evidente. Nadie puede negar que la educación es la clave. Pero sospecho que los programas educativos atienden únicamente a la prevención de particularidades cuando, seguramente, deberían asumir elementos más globales.
Y me explico. Es de recibo que las mujeres deben contar con las mismas condiciones que los varones para prosperar, sacar adelante sus carreras, poner en marcha sus empresas y llegar a ser lo que quieran. Pero, mientras las instituciones trabajan para conseguir estos objetivos, resulta que vivimos en un mundo todavía hecho a medida de los varones; es decir, un mundo pensado, interpretado, valorado y juzgado por ellos, los machotes. La mirada que prevalece a la hora de definir la realidad (incluyan aquí aspectos tan variopintos como las relaciones sociales, la religión, el medio ambiente y la creación artística) es, un altísimo porcentaje, mayoritariamente masculina. Eso no quiere decir que la mirada de la mujer sobre el mundo y sus procedimientos no exista; al contrario, esa mirada ocurre, y de qué manera. Lo que no se da es la posibilidad de que esa manera femenina de ver el mundo se incorpore a la interpretación cultural y general del mismo. Y, mientras la realidad sea habitada desde el modo en que la digieren los varones, los objetivos por la igualdad serán parciales, no absolutos. Yo quiero un mundo visto y pensado por mujeres. ¿Y usted?
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