Ignacio del Valle

Moda parabellum

Hay algo inquietante en banalizar con este asunto de disfrazarnos de carne de cañón

Parte noticiero para valientes. A día de hoy cautivo y desarmado el espumillón, han alcanzado las rebajas sus últimos objetivos militares: Vestirnos de camuflaje para alistarnos en la supervivencia diaria. Para los desfashionados que navegamos en el consumismo de mercadillo circular, nos deslumbran los escaparates de las gangas con un déjà vu de indumentarias de batalla plaza Cascorro. Por un quítame de aquí unos drones o unos regimientos, tras nuestra tripuda y calefactada navidad las potencias ejercitadas siguen a su geoestrategia, acaparando gas y petróleo a toda invasión de costa, por mucho que nos seduzcan con futuros de energías verdes y renovables. La industria se mueve con combustible fósil y con planteamientos bíblicos inmutables. Manda el que tiene el garrote o el dios más grande. Y a mamporros andan, o en maniobras amagables gringos, putins y jimpings cebando pólvora en Afganistán, Venezuela, Ucrania, Yemen, Etiopía, Libia Irán, Irak, Corea del Norte, Cachemira… Ardor guerrero que se mimetiza y asalta la vitrina con la madre de todas las tallas. Se lleva el paño de la soldadesca. La interpretación de los guerreros del dedal que hacen caja con la moda parabellum. Los abrigos de camuflaje, las botas de caña negra con largos cordones de pega y cremallera. Las subtendencias van por ejércitos. Los viejenials sonreímos al ver cazadoras bombers de raso, las del bolsillito para bolis a la altura del brazo, interpretación brilli brilli del añejo telón de acero. Chupas de cuero para tripulantes de bombarderos a juego con las gafas de aviador, las de las lentes de pera que son un invento de los combativos años treinta. Por mar nos abordan los óxidos y salitre de la armada. Los camarotes de las hardolescentes se desordenan con chaquetones de solapones y entorchados, dobles abotonaduras doradas buscando la autoridad del amor. Pero son los tonos de tierra, esos verdes, marrones y caquis los que comandan el enésimo asalto al traje y chupita de faena. El estilo militar barre con complementos bisuteros rebajando su heroico significado: las chapas de identificación con el número y grupo sanguíneo del supuesto valor, las mochilas tácticas con su rejilla de nylon para acoplar desde la cantimplora al teléfono móvil. Las boinas, las condecoraciones pensionadas, las gorras de autoridad de plato. Hay algo inquietante en banalizar con este asunto de disfrazarnos de carne de cañón, y lo más triste: pagar por ello.

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