Moreno zen

Hay gestos que resultan imprescindibles por el revuelo que montan. Lo que se normaliza no extraña

Le ha durado menos el amor filial que a mí el moreno”, dice una de las protagonistas de la serie Poquita fe, mi gran hallazgo televisivo de estos meses pasados. Adoro el ritual de la vuelta del sol (y no lo de “la vuelta al sol”, expresión que, con todo el respeto, siempre me ha parecido muy cursi) y los esfuerzos que hacemos para que no nos vuelva el tono verdoso que acompaña el invierno. Incluso desde los primeros días de septiembre, si me apuran. No crean que desoigo los consejos médicos y que aliento la exposición a los rayos solares sin precauciones y menos a mi edad y menos con el cambio climático y menos sabiendo como sabemos los estragos del cáncer que esta dejándonos tan huérfanos. Hablo de tomar el sol con protección (pónselo, póntelo) absorbiendo la vitamina D como un regalo amable de la tierra y no como un castigo tipo poema del Cid ¿se acuerdan? Cuentan que en algunos países del Norte el personal va a fototerapia y no me extraña. Que se haga de noche a las dos de la tarde es un reto que no todos podemos aguantar. La eternidad era eso. Cómo no van a ser rubios como la cerveza las criaturas y cómo no abusar de la misma si a las siete pm tienes el cuerpo como si habitaras un after. No sé ustedes, pero yo, si me dura el moreno como digo, adoro septiembre y esa vuelta rara a la rutina. Sobre todo cuando llovía, sobre todo cuando llueve aunque sea poco. Tampoco pretendo frivolizar con uno de los problemas más importantes que estamos viviendo como sociedad, la huella del deterioro planetario es más que obvia, si quieren pregunten a sus amigos viajeros que ahora te pasan el álbum por whatsapp y la mayoría llenos de glaciares agonizando o de ríos secos como en la Sierra de Huelva, que se te hiela –o quema– el corazón. Deberíamos traer de souvenir más propósitos aún de cuidar ese medio ambiente que estamos dejando en cuarto y mitad, despedirnos de los céspedes caseros en nuestros adosados, darle una vuelta a los regadíos y a Doñana, en fin, buscar algo más que el voto de hoy olvidando las hambres de mañana. También para esa actitud conviene el buen color de nuestras pieles y, sobre todo, parece ser, a los pechos de Eva Amaral. Brava. Hay gestos que resultan imprescindibles por el revuelo que montan. Lo que se normaliza no extraña. Y eso va también por los malos hábitos. Como estoy morena se me importa un ardite (traducción libre de la frase de Red Butler) pero a cuenta de mi humilde apoyo a Amaral he recibido mensajes en las redes amenazándome con mandarme a una cuneta como en el 36. Literal. Y no a recoger flores sino a que me las pongan, en el mejor de los casos. Pero también para eso hay protección: el silencio. A ver si este momento zen me dura un poco más que el moreno.

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