Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Muertos bien vivientes

Leer en el móvil o ver en televisión la noticia de tu propia muerte debe ser, en el fondo, un alivio: que sepamos, nadie una vez fallecido se lleva su teléfono al otro mundo. Entre otras cosas, y a falta de mayor criterio, porque allí no hay cobertura; y quién la quiere en el paraíso. O, alternativa y fatalmente, de qué sirve el G5 cuando uno está calcinándose en el infierno. Si te topas con tu obituario, es que no la has espichado. Pero sí puede que estuvieras de farra, con un colocón trascendental. Eso le pasó al señorito sevillano Miguel de Mañara, que, estando de cotidiano jopeo y según la leyenda, se encontró con un cortejo fúnebre. Sabe Dios cómo y por qué -qué aristocrática seta habría ingerido-, le dio un amarillo tirando a fundido en negro, y presenció un entierro, ¡el de él mismo! Pocos después, ya asustado, se volvió bueno. Y pagó sus deudas, cosa impropia de señoritos. Trasmutado por el colosal susto de la así llamada calle Ataúd, fue virtuoso esposo, caritativo y beatífico para siempre. Y es que no estaba muerto, estaba de parranda.

Aunque es esta una sensación propia de gente mayor, vivimos tiempos líquidos (Zygmunt Bauman), en los que una realidad voluble, flexible e inconsistente -líquida- ha sustituido a otra sólida, estable, menos escurridiza y más sometida a cierta ley, es decir, al riesgo de ser castigado por malvado. Cabe todo en internet y su notoria impunidad: échale un galgo al difamador, al mentiroso, al suplantador, al grosero de guardia. Fantasea uno con unos tribunales de Justicia líquidos, remotísimos y en tiempo real, sin sala ni toga ni cartapacios, que tipifican delitos a partir de big data, que fletan drones para detener a los malos. Viene esto al caso: un tal Tomasso Debenedetti, periodista italiano -lituano, como que no iba a ser...-, va lanzando en las redes sociales bulos acerca de muertes de personalidades. Su audiencia es amplia. Esta semana ha comunicado la muerte de Elena Salgado, vicepresidenta y tres veces ministra con Zapatero, mujer -bien viva- que se daba un elegante y frío aire a la Garbo, y que ostentó un poder a priori improbable. Ya antes, Debenedetti había desplegado su marketing funesto con Felipe González -también vivo-, haciendo, el tipo, ganancia digital de su extraña carrera, que para colmo de inquietante incluye el oficio de maestro de escuela: un profe ejemplar. Don Tomasso tiene la habilidad de utilizar identidades líquidas intrazables, y la de obtener todos los focos. Nosotros, la de consumir sus muertos vivientes.

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