Alto y claro
José Antonio Carrizosa
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Cuando había temporadas los grandes estrenos se reservaban para su apertura a finales de octubre, las Navidades y el Sábado de Gloria o –tras el cambio litúrgico– el Domingo de Resurrección. Cuando había cines las películas que más nos impresionaban quedaban para siempre unidas a aquellos en los que las vimos por primera vez, todos –novecentismo del Cervantes, regionalismo del Coliseo, neomudéjar de Lloréns, modernismo del Pathè, racionalismo del Palacio Central– con su propia y muy definida personalidad. Y cuando se unían las grandes fechas y la personalidad de cada cine el recuerdo se anclaba con mucha más fuerza en ese tan importante refugio contra inclemencias que es la memoria de nuestras felicidades. Así sucedía con las películas de las Navidades que recuerdo de forma muy personal apelando solo a mi memoria.
Las Navidades de 1959 fueron las de Los diez mandamientos en el Imperial, solo dos pases a las 17:30 y las 21:30, todas las sesiones numeradas. Las de 1961 fueron las de Ben-Hur en ese mismo cine al escandaloso precio de 36 pesetas la butaca y 30 en las matinales de los festivos, solo dos pases numerados a las 16:45 y las 21:30 y venta de entradas con 15 días de anticipación. Nadie que viviera la impaciencia de las largas colas ante el cartelón del coloso arrodillado con la cuadriga a sus pies lo ha olvidado. Las de 1964 fueron las de Lawrence de Arabia en el Cervantes. Las de 1965, quizás las mejores por más completas que recuerde, las de My Fair Lady en el Lloréns, Mary Poppins en el Imperial, Lord Jim en el Cervantes y Operación Trueno en el Palacio Central. Las de 1966 fueron las de La carrera del siglo en el Lloréns –“¡aprieta el botón, Max!”– y ¿Arde París? en el Rialto. Las de 1967 fueron las de Casino Royale en el Lloréns y las de 1969 las de 007 al servicio secreto de Su Majestad en el Imperial y Dos hombres y un destino en el Pathè. Las de 1970 fueron las de Aeropuerto en el Lloréns, las de 1971 las de El violinista en el tejado en el Imperial, las de 1972 las de El Padrino, estrenada en esta misma sala un mes antes pero resistente durante muchas semanas en cartelera, y las de 1975 las de Tiburón en Villasís y Los Remedios.
Ahí lo dejo porque al poco empezaron a abrir multicines, reconvertirse cines en multisalas y finalmente cerrar todos menos el Cervantes. Y los recuerdos de las películas perdieron los puertos a los que amarrarse.
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