DEFINITIVAMENTE la política española no sólo se ha petrificado sino que ha caído en las marañas de una liviandad soporífera. No hay argumentos. No hay propuestas creíbles y serias. Lo más grave quizás es lo segundo. Nada se mueve por el encastillamiento de quiénes controlan cúpulas y las voces disidentes lo hacen de un modo tan inaudible como por la espalda, algo típico de la hipocresía ibérica por lo demás. Las aguas se mueven algo más revueltas en el feudo socialista. En el popular la única voz pública que pidió un congreso, Aznar, duró lo que duró la propuesta, un segundo. La probabilidad de formar gobierno tanto por Rajoy como por Sánchez es harto complicada. De serlo, duraría más bien poco. Año, año y medio. Estabilidad lo que se dice, ninguna. Basta ver el discurso machacón que suena a soflama constante y martilleante, no formar un gobierno de coalición popular, socialista y Ciudadanos es culpa y sólo culpa de los socialistas. Lo estamos escuchando continuamente. Es estratégico. Pero dos no se pelean si uno no quiere. Y de la misma forma, se redobla la presión sobre un debilitadísimo en estos momento partido socialista tanto por las cuitas internas y cuchillos tan largos como oxidados, como por la ausencia pasmosa de autocrítica de populares y socialistas ante los peores resultados en décadas. De propuestas y reformas y cómo, cuáles, qué alcancen, etcétera, no se oye nada. Pero Dios haga tontos que donde hay listos zorros no crecen. Viejo adagio galaico que no es difícil de destejer y comprender.

Pero sin duda donde la negación del fracaso es total es en Cataluña. El esperpento acaba de concluir. La CUP, mesías o diablos, según se mire, antisistema o adalides de la independencia, dan portazo definitivamente a una marioneta fantasmagórica, Artur Mas. Hay elecciones nuevamente para marzo. Un fracaso absoluto de lo que fue CiU, hoy ya ni siquiera tienen nombre, de la deriva tan iconoclasta como imaginaria de Mas, de la negativa intransigente a presentar Juntos por el Sí un candidato diferente a Mas que se camuflaba en la cuarta posición y a ahondar aún más la brecha social y política existente ya en la sociedad catalana. Y este resultado, nuevas elecciones en Cataluña, cierra un poco más la puerta a un gobierno de coalición en Madrid, por derecha, por izquierda o por donde fuer. Ignoto aun el resultado de lo que salga de nuevo en Cataluña, se aminora la presión secesionista sobre el Gobierno central, lo cual no significa que no exista la misma. Demasiados perdedores en ambos escenarios electorales que lo fían y fiarán todo a unas nuevas elecciones tanto en la comunidad autónoma como en todo el Estado. Por mucho que ahora se diga que sería un fracaso y se endilgue el mismo sólo a un partido en una nefasta necedad. Acaso hay consenso en lo educativo, en lo fiscal, en lo laboral, en la reforma de verdad de la Administración, ni nos dejemos engañar ni que nos tomen por tontos. Porque apelar abstractamente a la unidad nacional, la soberanía, la reforma constitucional, no es tener sentido de Estado, es que eso mismo ya se sobreentiende.

Ni en Cataluña ni en Madrid se ha hecho la más mínima autocrítica, sí lo ha hecho algún presidente autonómico. Pero ser valiente y sincero parece que tiene un precio cuando el cainismo, la trinchera, el blindamiento propio y personal tienen un alto coste. Derribarlos y democratizar los partidos exige madurez y reflexión. Audacia y valentía. No querer hacerlo, negarlo, o excusarlo traerá su coste en votos. Sólo es cuestión de votos. La sociedad de hoy ha cambiado mucho y más aprisa que las propias estructuras partidistas donde cada vez tienen menos peso las redes clientelares y caciquiles.

Nadie sabe qué sucederá en Cataluña ante unas nuevas elecciones. El resultado del 20 de diciembre ha arrojado un veredicto diametralmente opuesto al del 27 de septiembre. La pérdida de votos y escaños extrapolando lo extrapolable es tremenda. El cansancio y hartazgo no sabemos hacia qué lado se inclinará. Como tampoco si los emergentes se consolidarán o no. Todo queda abierto. Y es que la política empieza a ser un escenario tan abierto como incierto. Pero la CUP no tiene la culpa de que haya nuevas elecciones. El dislate al que se ha llegado es de tal calibre que todo es factible. Y preparémonos para las sorpresas. De mayor o menor calado según el grado de madurez que el ciudadano, que tiene una gravísima responsabilidad, quiera ejercitar.

2016 es, y todo parece indicarlo, diga lo que se diga y se escenifiquen pésimos dramas, definitivamente un año de elecciones. Es más, incluso cabe que se adelante y haga coincidir alguna autonómica. Todo es posible ya.

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