Nostalgia del regionalismo

¡Cuánto más humillas al territorio colindante más eres! Es el puro retorno a los viejos reinos de taifas

En cualquier país, las relaciones entre territorios colindantes están expuestas a envenenarse o a establecer puentes fraternales. La proximidad geográfica, unas veces, acerca, otras aleja, porque la memoria colectiva de cada pueblo, aunque pasen siglos, se nutre de los viejos prejuicios que alimentaron a clanes, tribus y fratrías. El proceso civilizatorio se ha encargado de neutralizar el temor o el odio hacia el vecino. Y así, gracias a eso, se constituyeron las naciones. Pero en España ese proceso se truncó, y dio pie a lo que se ha llamado una nación invertebrada. En los tres últimos siglos surgieron intentos de articularla y, en el XIX, se impuso un movimiento, el regionalista, que, dentro de su aparente ingenuidad, pretendía que desapreciaran agravios y desigualdades entre territorios, valles y comarcas. Para conseguirlo se procuró que cada rincón geográfico contase con historia propia, poesías, cantos y danzas que lo exaltaran. Emblemas, romerías y la invención de viejas tradiciones concedieron a cada entidad local motivos de orgullo, sin necesidad de envidiar al vecino. Se incubaron sentimientos y emociones, festividades y jubileos por doquier para enaltecer lo propio. Y a este respecto, el descubrimiento del regionalismo permitió que cada lugar tuviera su singularidad cultural sin rivalidades ni celos. Pero pronto, los más fanáticos y más negociantes captaron que esos sentimientos bien manipulados les podían dar poder, fama y dinero. Y llegaron los Sabino Arana y los primeros Jordi Pujol y todo cambió. Los partidarios de una articulación racional y solidaria del país que compensara desigualdades fueron desplazados. Se impuso la tendencia que ahondaba las miserias en el sur, obligando a una emigración barata, que apuntalaba la riqueza en las regiones más industrializadas. Con la llegada de la democracia mejoraron algunas cosas, pero, pasado el tiempo, la deslealtad y el egoísmo en el trato con el vecino no solo se mantiene, sino que ha impuesto la hostilidad como clave en toda negociación. ¡Cuánto más humillas al territorio colindante más eres! Es el puro retorno a los viejos reinos de taifas. Y ya se sabe a lo que eso llevó. Incluso el gobierno de la Junta de Andalucía se lanza, convencido y arrogante, al triste pugilato verbal de los desafíos fiscales. Ese es el espectáculo-trampa que los profesionales de la desarticulación buscaban. Todos en el mismo batiburrillo cínico del egoísmo insolidario. Un breve recuerdo: los pocos extremeños que no emigraron, como mano de obra barata, aún viajan en diligencia. Así se lo han premiado.

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