Números electorales

El 24-J dependerá de un juego imaginativo con los números de escaños

No es la primera vez, e imagino que no será la última, que les escribo sobre la poca credibilidad que me ofrecen los políticos, sean de un signo u otro. Con ello no es que les anime a no votar, no. Sigamos atribuyendo a Winston Churchill aquello de que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno y por tanto hay que votar, aunque nos dé un golpe de calor. Tampoco es la primera vez que, siguiendo a Platón, admito que la verdadera realidad, casi la única, son los números. Y de números viven todas las encuestas y todas las cábalas de nuestros políticos. En el Reino de España el 176 es el número áureo de la política, ese que asegura la mayoría absoluta y el gobierno de la nación. Luego hay otros números mágicos en cada parlamento autonómico y en los ayuntamientos. En este último caso para la ciudad de Granada, con 27 concejales, 14 es el número del poder.

Pero todo es una ficción montada sobre un régimen electoral que data de 1985 y que ha sufrido múltiples modificaciones y ajustes pero que en lo referente al sistema electoral, artículos 161 a 166, mantiene una estructura que permite todo ese juego mágico, celestial e infernal, de cómo y con quién alcanzar la mayoría absoluta. Esa mayoría que justifica que se pacte con quien se dijo que nunca se iba a pactar, múltiples ejemplos tenemos, o que facilita que un partido con un solo escaño permita cambiar un gobierno o que mande quien no ganó las elecciones. Entendamos que ganar significa ser el partido más votado. Por tanto, todo se fundamenta en qué hacemos con los números.

Todos los politólogos admiten que no hay un sistema electoral perfecto, todo sistema tiene pros y contras. El nuestro se diseñó para favorecer a los partidos grandes, cuando los había; pero ahora esos grandes se fragmentan por la derecha y la izquierda y por tanto no me parece tan útil y permite que ciertas minorías impongan condiciones poco asumibles, a mi parecer. Un sistema a doble vuelta, estilo francés, o sistemas que como en Grecia dan un plus de escaños al partido más votado, impedirían que algunos partidos minoritarios terminen por poner condiciones poco recomendables a los partidos que representan a las grandes mayorías del país. O eso o que los partidos llamados de Estado llegaran a grandes acuerdos. Esto último se antoja tan irreal como los números imaginarios, esos que Platón no se imaginó. Vale.

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