Cambio de sentido

Oro líquido

Llamar ‘oro líquido’ al aceite ha dejado de ser una metáfora hortera para ser realidad, pero…

Lo que he hecho es preguntar, porque no entiendo ni papa del mercado del aceite de oliva (disculpen la redundancia, el aceite, etimológicamente, sólo puede ser de aceituna), a pesar –o como consecuencia– de que crecí en un universo de olivos, aceituneras y almazaras. Veía a mi abuelo, que se dedicaba a la correduría de aceites, mezclar potingues de colores para analizar la acidez de una muestra, y se me antojaba que aquello era cosa de alquimistas, que transformaban una frutilla que sabía a demonios en lo más rico del mundo. Frecuentar los molinos, lejos de aclararme las cosas, las hizo más esotéricas. Allí suceden cosas frías y calientes, de varios colores y olores, a las que asistía con miedo cerval a morir tragada por una duna de orujillo ardiente. En el apartado profesión del padre–pregunta improcedente– de la ficha escolar escribía turbiero, pero sin saber de su profesión casi nada: que mi viejo parecía un deshollinador y que olía a rayos. Los precios del kilo variaban y varían como las acciones, y no entiendo cómo pueden recordar los del oficio tanto dato, mientras miran al cielo y a la tierra pensativos.

Como no entiendo ni papa, lo que he hecho es preguntar. Me confirman que el precio en origen está por las nubes, precisamente porque las nubes nos faltan, que si la cosecha pasada fue penosa (de menudilla, la aceituna se colaba con la broza en la criba), esta se espera peor. Entre eso y los márgenes hasta llegar a los lineales del súper, los consumidores estamos empezando a pagar el litro muy caro. La manida expresión oro líquido ha dejado de ser una metáfora hortera para convertirse en realidad. Dicho esto, medito: nos estamos echando las manos a la cabeza por el precio, carísimo, de un litro de aceite que, bien administrado, dura un mes, cuando los precios de la luz o los carburantes son un tobogán delirante al que nos hemos habituado y ya no abren informativos, siendo también cosas de primera necesidad. Por no hablar de lo que te cobran por un zumo de naranja natural... Con lo que gastamos en un paquete de tabaco (y conste que estoy conforme con que sea cosa cara), hay aceite para varias semanas.

En los periódicos no paro de leer consejos para sustituir el aceite de oliva de nuestras cocinas. Cambiarlo en tostadas y en recetas que lo llevan por otras grasas no es ahorro, es un fracaso del paladar, un desprecio a un sector fundamental en Andalucía y una renuncia cultural que no pienso acatar. No sin mi alcuza.

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