La esquina
José Aguilar
Ya no cuela el relato de Pedro
La esquina
La irrupción del alcalde de Sevilla en la carrera por el liderazgo del PSOE andaluz -apenas disimulada por la forzada matización posterior-, la dimisión de varios dirigentes de la Ejecutiva del socialismo sevillano (el bastión de Susana Díaz, la mayor reserva electoral socialista en todos los territorios de España) y el manifiesto antisusanista de los descontentos de las otras provincias componen los perfiles de la profunda grieta que se abre en la fortaleza que la lideresa se ha construido con tenacidad, mérito y ambición durante muchos años.
Cada uno de estos acontecimientos por separado serían una incidencia casi irrelevante, pero juntos presagian el ocaso de Susana. Sobre todo, por el contexto, que en pocas palabras se resume así: la que hace seis años lo ganaba todo, así en su partido (liquidando sucesivamente a todos sus mentores y a todos sus iguales que podían hacerle sombra) como fuera (consejera de Presidencia y presidenta de la Junta, seria aspirante a la secretaría general del PSOE y a la Moncloa), ahora lo pierde todo. Especialmente ha perdido las dos batallas fundamentales que ha afrontado. Por un lado, los militantes socialistas no la quisieron como máxima dirigente y prefirieron echarse en brazos del aventurero Pedro Sánchez, en realidad un invento suyo para anular a Madina y calentarle el sillón hasta su elevación triunfal a los cielos cuando dejara controlada Andalucía. Por otro, y más importante, su biografía quedó vinculada para siempre a la pérdida por el Partido Socialista del poder en la comunidad autónoma más poblada de España después de treinta y seis años y medio de hegemonía indiscutida. Ocurrió durante su guardia, con su candidatura, bajo su inspiración y dirección, de su mano.
Estas culpas no se borran con el tiempo. La persiguen. Ya en las primarias hubo un 30% de votantes andaluces que se decantaron por Sánchez mejor que por su líder natural. Como suele ocurrir, el número y la calidad de sus adversarios internos no ha hecho más que crecer desde entonces. Por la tendencia, tan humana, a subirse al carro del vencedor y por la propia actitud, de mal perder, de Susana, que pretendió echarle otro pulso a su secretario general-presidente del Gobierno a cuenta de las listas electorales. Un pulso que también perdió, como no podía ser de otra manera.
Es cuestión de tiempo: el que tarde Pedro Sánchez en señalar con el dedo a Juan Espadas o a cualquier otro u otra. No va a hacer falta ni que lo diga públicamente.
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