Parlamentarismo esperpéntico

Lo peor es que se rieron, y cuando lo hacían, denostaban lo más sagrado en democracia: la voluntad popular

Engañados. Una y otra vez. Juegan con el estado de derecho según amanezca el día y despierten sus ganas de hacer historia. Ya lo hicieron otros, y a ellos precisamente deberemos lo que hoy somos. Su trayectoria sólo se ilumina en medio del antiderecho, digo bien, de la confrontación, de las dos Españas. Nunca hicieron nada por defender las instituciones esenciales de nuestro estado, por alcanzar las máximas cotas de responsabilidad política. Y nosotros, pues eso, engañados. Siempre engañados. Jugando a su antojo con una Constitución a la que una y otra vez patean entre votaciones donde, al final, de quien se ríen es de la voluntad del ciudadano. ¿Quién si no puede sentir como victoria, lo que no obtuvo en democrática lid una mayoría parlamentaria?

La votación tuvo sorpresas, tuvo momentos para la posteridad: gritos, murmullos, abrazos, incertidumbre, gestos... en menos de un minuto, la reforma laboral se proclamó derogada y después convalidada, en claro ejemplo de la desigualdad de efectos de cualquier error según el lado de la bancada se produzca… Valiente lección de democracia esta semana. Lo peor no es el burlesco logro de aprobar una ley hurtando la legítima voluntad parlamentaria. Lo peor es que se rieron, y cuando lo hacían, denostaban lo más sagrado de la democracia: la voluntad popular. Quizá pretendan además hacer bandera de esta bochornosa imagen en escuelas de calle y asambleas. Aún no llegaron al tema que enseña una historia que no se impone, de un voto libre y el respeto a lo que representa. Lo más sagrado de cualquier democracia que se precie.

Quién sabe. Los egos acumulan victorias y para cualquier político endiosado ésta no deja de ser una más de ellas: el que tu nombre suene en el momento más esperpéntico de la historia del parlamentarismo en España. Y digo esto, sabiendo que nunca me gustó adecentar mi pensamiento en vaivenes de la razón, en inquietudes que surjan como contrarréplica de la desilusión. Cabe ser mesurado, consciente de lo que son cuarenta años de democracia, de derechos y libertades, de constitucionalismo. Pero imágenes como aquella, tiran por la borda lo que tanto tiempo constó construir y adecentar.

Decía John Adams que "la democracia nunca perdura. Pronto se desgasta, se cansa y se suicida. Nunca ha existido una democracia que no haya cometido suicidio". Aquellas palabras siempre me impresionaron por lo exagerado de su contenido y consecuencias. Hoy, en cambio, no logro adivinar dónde estaba la exageración.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios