Por muy difícil que este eso de aparcar, ni se me ocurre hacerlo en un paso de cebra. Me parece una notable manifestación de incivismo, pero confieso que también me quita las ganas la perspectiva de volver y encontrarme el sitio tras el paso de la grúa. En Málaga, la gente no suele aparcar en los pasos de peatones. Recuerdo que antes esto no era infrecuente, pero supongo que una retirada sistemática de vehículos terminó convenciéndonos a la inmensa mayoría de que no había que hacerlo. Las normas se cumplen por una combinación de dos motivos: convencimiento y coacción. Si carecen de la adecuada justificación moral, por muy fuerte que sea la sanción, siempre quedará una tendencia a incumplirlas. Pero, por muy razonables que sean, si no existe un régimen punitivo derivado de su incumplimiento, saltárselas es cuestión de tiempo.

La ocupación de la vía pública por las terrazas de bares y restaurantes es una combinación de ambas. En la lógica de más de un empresario, la calle es suya, que diría don Manuel Fraga. Amparados en la obtención de máximo beneficio posible bajo unas condiciones de alquiler que ya presuponen que se expandirán en mancha de aceite hasta colisionar con la terraza vecina, la justificación moral de los puestos de trabajo de camarero que generan les libera de cualquier cargo de conciencia. Paralelamente, el régimen sancionador no parece efectivo a la vista de los resultados. Ignoro la cuantía de las multas, cuando las haya, pero es evidente que en más de un caso parecen compensadas.

La reciente foto viral del camarero tomando la comanda a tres mesas delante de la puerta del museo Thyssen ha resumido perfectamente la dimensión del problema. El Ayuntamiento le echa la culpa a un municipal que por su cuenta y riesgo tomo la decisión de situarlas allí mientras pasaba el traslado del Mutilado, que en ningún lugar aparece en la foto. Cabe la duda de cómo se ha enterado, si el agente no consultó con sus superiores. Y la asociación de hosteleros alega que todo fue "momentáneo", como aparcar en un paso de cebra y tan solo mientras los comensales cenaban. Como era previsible, para terminar, carga contra el improvisado reportero, al que tilda de malintencionado. Como en el caso de cualquier niño mal criado, seguro que se trata de un hecho aislado. Pero, a la puerta del Picasso, otro mal intencionado la ha fotografiado como el almacén de mesas de otro establecimiento.

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