Ha dicho que se declarará "zona catastrófica" a la isla de La Palma. Debería declararse como tal toda España. No quiero decir, como los italianos, "¡Piove! Porco governo", no. Pero es un gafe. Desde que arribó al Gobierno no tenemos más que desgracias: pandemia, inundaciones, incendios y hasta una erupción volcánica que se lleva La Palma.

Pero no es de este Pedro del que quiero hablar, es de otro. Socialista también, de extraordinario talento, extensa cultura, gran ingenio y excelente escritor. De una extremada sensibilidad y respeto por los demás. Con un pronunciado sentido del honor, de la educación, la cortesía y la puntualidad. Jamás su palabra fue naipe de tahúr. Me refiero a Pedro Aparicio, aquél que fue dieciséis años alcalde de Málaga.

Este pasado sábado hizo siete años de su fallecimiento. Arrastro el triste honor de ser, entre sus amigos tertulianos, el último en hablar con él por teléfono. Como todos los jueves habíamos quedado en el restaurante María para celebrar nuestra tertulia. Allí estábamos Manuel Alcántara y yo cuando se me ocurrió llamarle para saber si venía. No, mi niño -me contestó- estoy en el gimnasio y me irá a casa a comer algo y echarme una siesta. Un rato después, ya reunidos con los demás tertulianos, nos llegó la infortunada noticia de su muerte en el gimnasio.

Pedro fue un grandísimo alcalde que modernizó Málaga y puso las bases para que la ciudad alcanzara a ser la metrópolis que es hoy. De entre sus obras quiero destacar la recuperación del Teatro Cervantes, dedicado por designio suyo, como él mismo cuenta en uno de sus artículos, a la música, la opera, la zarzuela y el teatro. También fue su empeño dotar a la ciudad de la magnífica Orquesta Filarmónica de Málaga, orgullo de la ciudad, a más del Jardín Botánico de la Concepción y la compra y apertura al público de la Casa Natal de Picasso.

Decía de él Manuel Alcántara en el prólogo de su libro Sur de Europa: "Doctor en Medicina y Cirugía, es ahora doctor en melancolía". Y decía esto el Maestro porque Pedro, una vez abandonada la política y dedicado a su cátedra de la UMA, fue lo que siempre quiso ser: escritor. Fue un articulista de artículos para la posteridad. Porque Pedro ni fue un notario de la actualidad, ni sus artículos fueron flor de un día. Pedro escribía sentimientos, emociones, bellezas, con la misma delicadeza y exquisitez que una bordadora hace la labor de bordado del manto de una Virgen procesional. Pedro hacia filigranas y encajes con las palabras. Se lo permitía su extenso vocabulario basado en la vasta cultura que almacenaba. Melómano, gran lector e incansable viajero ferroviario, escribió de sí mismo: "Es un (niño) aprendiz tenaz y melancólico, que se siente dichoso en los trenes y en el patio del colegio. Más tarde comenzó el naufragio; divertido y lento (…) Con los mismos pecados de los ángeles caídos, se hizo altivo e impertinente. (…) Gozó la belleza, le acompañó Beethoven, le deslumbró Shakespeare y despilfarró media vida sin descubrir a Wagner (…) Obedeció al honor, y se enfrentó para ello a la compasión y al deseo, mas no a la ambición ni al temor, que nunca estorbaron su paso (…) Soy ahora, en mi sueño, un predicador sincero al que nadie escucha." Si Borges le hubiese leído le habría dedicado una de sus "Inquisiciones".

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