Política y partidismo

Si el político-partidista pierde de vista el mandato ciudadano reflejado en las elecciones pierde legitimidad moral

Quiero hablar de lo genuino, lo auténtico, lo que nunca se va, y por desgracia, siempre queda en la mochila de una pesada herencia. No la de usted. Ni la mía. La de un país que espero se siga llamando España. En un estado atolondrado por tanta tontería como en su camino la historia le deparó, aún quedamos quienes, un servidor lo intenta, entienden que queda sitio para un cajón lleno de esperanza. Y ello, aunque una y otra vez apuntemos a la autodestrucción. Da igual quienes sean. Al final todos comparten la misma moneda. Y al final, siempre queremos lo mismo. Como decía Bill Murray: "Si le mientes al gobierno, es un crimen. Si el gobierno te miente a ti, es política". Bien visto, a lo mejor confundimos el arte de defender las instituciones cuando realmente lo único que pretendieron, siempre pretendieron, es un buen puñado de votos que les permitiese colocar a los suyos. Nunca ambicionaron más.

Y, la verdad, se le queda a uno cara de tonto. Hombre, si no de tonto, sí quizá de poco espabilado. Tanto tiempo defendiendo a quienes concluimos presentaban alguna legitimidad para airear un cambio político, a quienes proclamaban aires nuevos, a quienes se las dieron de visionarios, y al final resulta que nada nuevo hay bajo el sol. Tuvimos la esperanza de un programa, de una promesa electoral, y resulta que cuando toca dar trigo y dejar de predicar, asistimos al enésimo cambio de cromos por el que donde dije digo, ahora digo Diego.

Hace poco conversaba con un amigo al que admiro y del que siempre aprendo, y concluimos que la política fue, es y debe seguir siendo, digna. Si hay algo esencial en nuestra civilizada sociedad, es la política. No solo esencial: necesaria, insustituible, En ella reside el juego democrático. A ella consagramos la defensa de nuestros derechos y libertades. De ella nació nuestra Constitución. Sin embargo, hay quienes, más de los que debiera haber, la pervirtieron. La ahogaron. La pusieron al servicio de intereses espurios, de unas siglas, de una agencia de colocación. Y nació el partidismo. Es ahí donde comienza el declive de los sistemas democráticos. Cuando se pierde la altura de miras, cuando claudicamos de lo que hace algún tiempo defendimos y postulamos. Es a partir de ese momento, cuando el político-partidista pierde de vista el mandato ciudadano reflejado en las elecciones, cuando el poder pierde legitimidad, si no legal, sí moral que en ocasiones como ésta, es mucho más importante. Es cierto que las elecciones no provocan en quien resulte elegido el deber y obligatoriedad de ejecutar lo prometido, pero coincidirán conmigo en lo pervertido que resulta ejecutar lo distinto y frontalmente contrario.

Las elecciones es el mayor gesto que una sociedad democrática puede realizar. Pero nuestros políticos-partidistas, deben olvidar que detrás de ella se esconde un cheque en blanco cuyo importe y derechos sólo es revisable cada cuatro años. Cuando menos, resulta indignante.

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