NO ha muchos días que el escritor e historiador malagueño Cristóbal Villalobos me obsequiaba con un ensayo breve donde denunciaba el genocidio sordo que se está cometiendo con la juventud en todos los planos: del económico al moral. El lúcido historiógrafo exigía, al calor de la lectura de Stéphane Hessel, una revuelta, siquiera intelectual, principiada por el sentimiento activo de indignación que torpedease el laberinto al que la generación del botellón ha sido conducida por la endogamia política dirigente: responsable de una aberración democrática y social de cuyas consecuencias somos víctimas los menores de 30 años que tenemos el desatino añadido de tener una preparación académica. Villalobos incidía en un cambio de timón inmediato, en una virulencia popular urgente que fuese capaz de detener el triunfo de la estulticia como forma triunfante de hacer política.

Así, coincido plenamente con sus postulados, con esa radicalidad espiritual con que confrontar objetivamente a la crisis, y pienso en estas tomas moderadas y necesarias de la Bastilla mientras contemplo con estupefacción, indignación o socarrona coña marinera cómo la clase política más de andar por casa, la local, se ha subido al carro de las tecnologías 2.0 para difundir sus mensajes a un universo global que, por mor de la higiene mental, les suele ir dando la espalda. Y es que esta irrupción del político provinciano en el rutilante panorama de las redes sociales tiene unas vagas resonancias de Ibáñez; una realidad de tebeo que no podía faltar en esta ciudad donde los territorios cercanos a la majaronería en las élites políticas adquieren, diariamente, estatuto de realidad. Ahora bien, que los políticos tengan dedicación exclusiva con sueldo público a la blackberry no es necesariamente negativo: al revés, nos otorga a los ciudadanos un conocimiento notorio de que el ciudadano está muy por encima de sus representantes y, con un poco de sentido de la cívica, el malagueño puede exigir a quienes gobierna una cierta seriedad, decoro y altura intelectual. Que el político cuente sus hazañas en verso es enriquecedor, sí, entre otras cosas porque han pasado mucho tiempo a la sombra de las comisiones en flor, alejados de la realidad y, ahora, de sopetón, en el momento en que encienden sus Twitters o Facebooks comprueban que el tercer estado, tronante, les contesta, les exige, les reclama. Todo con esa dosis de democrática mala leche que ha de guiar, no lo obviemos, una renovación de personas, instituciones y tiempos.

En África la Historia se atropella a sí misma, tendente a un progreso desconocido pero esperanzador, y aquí esa misma materia de evolución, internet, sólo nos muestra una evolución descorazonadora del oficio de Castelar: del honrado concejal se ha evolucionado al politiquillo spameador; el simpático arribista que nos narra dónde almuerza, qué proyectos hay para las municipales o, incluso, realiza unos análisis geopolíticos que nos producen hilaridad, vergüenza ajena o sorpresa. Todo dentro de un clima de frivolidad y fingida simpatía, de cenas y cócteles, que al contribuyente excita los más oscuros humores internos.

Decíamos que este acceso de los políticos a internet pone en evidencia sus carencias, incluso las ortográficas, y al calor de esta moda se ha puesto en boga el vasallo digital, el defensor de la ortodoxia doctrinaria que, con la esperanza de un despachito, aparece en los comentarios facebookeros cada vez que algún librepensador vocacional pone en solfa las contradicciones de los idearios políticos en esta tierra del paraíso. Quizá como reacción a esa plaga de políticos, goebbels de sí mismos, surgió el "gazpachuelo party", que anda obrando en nuestra ciudad como tribunal popular ante una clase política a la que le espera una larga travesía en el desierto una vez que se le ha pasado el arroz y se ha comprobado su inoperancia: quizá el "gazpachuelo party", con esa inmediatez en sus planteamientos periodísticos a los que sólo puede dar respuesta la inteligencia (rara avis), sea el catalizador que anuncie una nueva época en la democracia de nuestra ciudad. O una nueva ciudad: fue este think thank de humor, inteligencia y ginebras el que precipitó la injusta expulsión de Trillo del PSOE, y es esta plataforma la que accede a rincones perdidos de la actualidad que dejan en evidencia las carencias del sistema informativo común.

Se ha llegado a un tiempo gracias a las redes sociales en que el lema lampedussiano puede caducar de forma virulenta. Quizá sea el acceso del pueblo a la red social del político el más exorcizante y democrático sucedáneo de guillotina/referéndum. Veremos en mayo. O antes.

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