Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Conspiración?
Paisaje urbano
El fútbol es un hervidero de pasiones donde cada uno suelta con vehemencia sus expresiones sin pararse a pensar qué dirían de él en el bar, en la oficina, hasta en su propia casa, si pudieran verse a sí mismos como ante un espejo deformado a la mañana siguiente. Que levante la mano el aficionado cabal que nunca en su vida haya insultado o menospreciado, con más o menos saña, a un jugador del equipo rival, no digamos ya a un árbitro.
La mofa racista perpetrada en el estadio del Valencia contra un jugador del Madrid y la cercanía de las elecciones, con todo lo que eso conlleva, ha desatado un torbellino de denuncias, críticas y lamentaciones que han llevado el debate hasta terrenos, en mi opinión, bastante más alejados de lo que la cordura y el sentido común sugiere. Políticos de todo signo intentando llevar el ascua a su sardina, dependiendo no sólo del color político, sino sobre todo del lugar donde se presentan; periodistas de toda condición rasgándose las vestiduras; antiguos jugadores, hoy colaboradores bien retribuidos de medios nacionales, poniéndose muy bien puestos cuando habría que verlos en sus años mozos largando de los rivales sin compasión...
Pensar que los penosos acontecimientos del domingo, que se enmarcan dentro del contexto de un partido de fútbol, llevan inevitablemente a la conclusión de que España es un país esencialmente racista, y su fútbol más, es un error, además de una tontería. ¿Que hay que poner todos los medios para evitar situaciones como la del domingo en Valencia? Por supuesto. De momento, al día siguiente el energúmeno impresentable de los gestos ya ha sido expulsado de su club de por vida e incluso la Fiscalía lo va a denunciar por un presunto delito de odio, por lo que igual los próximos cortes de manga los hace desde la cárcel. Para ser un país racista, tampoco está tan mal…
Un ídolo de nuestra niñez, también brasileño, el gran Pintinho, nos contaba hace unos años como él fue el primer jugador profesional de color que pudo entrar en la sede social del Fluminense, su clasista club de allí, porque se había ligado a la hija de presidente. Eso es racismo. Cuando a Vinicius le pase algo parecido en España, entonces sí tendremos un gran problema. Pero de momento, dejemos el debate en sus justos términos, y que los periodistas culturetas de Madrid, tan estupendos, hablen mejor de cine, que es de lo que verdaderamente saben.
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