Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Racismo a la española

La repercusión internacional del caso Vinicius nos ha descubierto nuestro lado oscuro

La hipocresía es el último recurso que la sociedad utiliza para ocultar las realidades más incómodas. Por ejemplo, la propaganda política ha intentado hacer creer a la colectividad el estar exentos de padecer esa lacra social que llámese como sea –racismo, xenobia, homofobia, pobrefobia, etc., etc.– es rechazo del diferente, sea por su raza, procedencia, condición social, incluso por sus ideas políticas o culturales. Lo consideramos menor, molesto o digno de ser objeto de nuestra repulsa, ira, desprecio y hasta insulto, cuando no agresión. Ha tenido que producirse un hecho puntual en un campo de fútbol –donde se muestra el barómetro de nuestra educación, respeto, intolerancia o grosería– insultando reiteradamente a un futbolista de prestigio internacional como es Vinicius dos Santos, comparándolo con un mono, para que la cascarilla que teníamos de no ser una sociedad racista –y todas las demás secuencias de los rechazos– haya saltado en pedazos a nivel mundial. La reacción unánime de gobiernos y organismos internacionales –incluido, naturalmente, Brasil, junto con los de EE UU, la UE, la ONU e infinidad de asociaciones deportivas, sociales, políticas de todo el mundo– nos ha hecho hacer examen de conciencia de cómo hemos tratado en nuestra historia a judíos, árabes, gitanos, y hasta el recelo actual que podemos tener por nuestros vecinos de otra procedencia, raza o incluso condición social. Claro que la inmensa mayoría nos avergüenza esos insultos constantemente por aficionados deleznables, a futbolistas que no son de nuestro equipo, porque en el de casa tenemos una admirada plantilla de jugadores de distinta procedencia y colores.

Reconozcamos la existencia de síntomas racistas o excluyentes en nuestra sociedad. No en balde hemos expulsado a etnias enteras a lo largo de nuestra historia, nuestras guerras civiles han funcionado en razón de choques de ideas y, hoy mismo, en algunas regiones autonómicas funciona el nacionalismo excluyente, basado en la superioridad de los nacidos en la tierra, como ocurre en Cataluña y en el País Vasco, con la pléyade de ideólogos supremacistas, entre los que habría que incluir a Sabino Arana. Reciente está el terrorismo de ETA, basado en esas ideas excluyentes, con cuyos herederos pacta el PSOE de Sánchez sin sentir vergüenza. Aceptémoslo, de una vez; somos un país donde fácilmente excluimos a la gente por su raza, procedencia, origen, situación social o ideas. Los defensores de la españolidad dicen que nunca hemos sido racistas, apoyándose en la realidad que en la conquista de América los españoles unieron su sangre con la de los aborígenes, lo cual demuestra que en lo único que podemos salvarnos de no considerarnos racistas es cuando hay cuestiones de sexo por medio.

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