El Zoco
Juan López Cohard
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A tenor de lo que pronostican todas las encuestas, el próximo domingo seremos testigos de un cambio político en Andalucía que quizá no haya tenido parangón desde los años 80. El fin de un ciclo y el comienzo de otro cuya duración y efectos será la principal cuestión sobre la que reflexionar a partir del día siguiente. ¿Qué ha pasado, qué está pasando en Andalucía?
En principio podría pensarse que la cosa se reduce al desfondamiento de la izquierda clásica, coincidente aquí con el rápido descrédito de la emergente o neocomunista por el mismo hecho de haber perdurado más tiempo la hegemonía socialista. Naturalmente, la derecha crece ante ese hundimiento, arrebatando sectores de las clases medias más maltratadas por el progresismo en sus diversas sectas. Pero ese análisis es insuficiente y hay que completarlo con la posible irrupción electoral de una brecha generacional que desde hace tiempo es emocional y política. Los jóvenes actuales son mucho más radicales, a izquierda y derecha, que sus padres. Y no podemos extrañarnos. Heredan un mundo en crisis, pero a las inseguridades generales hay que añadir entre nosotros el enorme paro estructural, que obliga incluso a los mejor formados a aceptar trabajos de ínfima categoría y remuneración, la pésima enseñanza, el deterioro de los servicios y la amplia percepción de una sociedad política corroída por la corrupción y el partidismo.
El descontento generalizado y la ruina del pensamiento utópico tienen, en Andalucía, muchas posibilidades de dirigirse hacia la evocación más o menos idealizada de una sociedad fundada en valores tradicionales. Como he escrito a menudo, incluso en las décadas de mayor hegemonía política del socialismo, los andaluces han conformado un pueblo de raíces profundamente conservadoras, visibles sobre todo en la prevalencia de estilos de vida considerados deseables y prestigiosos y que están en las antípodas de la actual propuesta izquierdista por más ideologización que insuflen en la escuela o en las universidades. Contra esa ideologización llena de radicalismos que la inmensa mayoría de los andaluces no quiere para ellos ni sus familias, se impone la verdad de la vida en el barrio y el pueblo, verdadera escuela efectiva y afectiva de la mayoría. El infierno fríamente programado para los entornos más populares desde un progresismo de salón va a pasarle una factura dolorosa y perdurable.
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