Cuarto de Muestras

Rescoldos gloriosos

Construimos nuestra propia decadencia. Es cuestión de tiempo, administración y algo que escapa a la voluntad

Estamos acostumbrados al elogio de la decadencia. A tildar de elegante y exquisito el esfuerzo invisible por mantener el tipo de esa ciudad que un día reinó entre todas, de aquella obra que el mundo contempló maravillado o de aquel autor consagrado que supo llegarnos hasta el alma. Todos vamos construyendo nuestra propia decadencia. Es cuestión de tiempo, buena administración y algo que escapa a la voluntad pero que ennoblece al que le toca. Por eso hay viejos estupendos, ruinas subyugantes, abandonos contenidos que nos producen la admiración profunda de lo que no se consigue sólo con esfuerzo. Hay algo más.

Digamos que el tiempo pinta a capricho y a quien quiere le regala una pátina que dignifica y enaltece. Por eso la decadencia, al menos la que interesa, no está al alcance de todos. No basta con envejecer ni con arruinarse con gustos caros, ni con venir a menos, ni con beberse la vida a sorbitos ni a tragos largos, ni en aprender una pose. No nos la asegura el lema de la nobleza "gasta lo que debas, aunque debas lo que gastes", qué va. Tampoco sirve de nada pretender detenernos en lo que fuimos porque el tiempo dilapida fortunas y prestigios, se burla de la memoria de los sabios, se mofa de gimnasios y operaciones estéticas, nos guarda nuestra hora.

El empeño se nota demasiado volviéndose impostura. Gil de Biedma en su poema de Vita Beata expresa esa voluntad de decadencia: "En un pueblo junto al mar, / poseer una casa y poca hacienda/y memoria ninguna. No leer, /no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, / y vivir como un noble arruinado/entre las ruinas de mi inteligencia".

He sido muy de admirar la exquisita decadencia de Europa, de cierto catolicismo arcaico, del concepto mismo de arte, de nuestro sistema de vida que a veces parece agonizante (llevan no sé el tiempo anunciándonos el fin de nuestra civilización). Pensaba que había tenido la suerte de haber llegado en este tiempo a una parte del mundo que mantiene unos rescoldos tan gloriosos. Hoy, que los cimientos parecen tambalearse más de la cuenta, que hay turbulencias políticas por todo el mundo y los supuestos líderes no gustan a nadie, no encuentro mayor consuelo que mirar las calzadas romanas, los cuadros de Tiziano y Velázquez, los libros de Cervantes y de Balzac para asegurarme de que el mundo sigue girando, que no se detendrá en este momento tan pobre.

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