La serie Reyes de la noche es un zarandeo emocional a la velocidad de la luz. Me ha conectado con una época muy romántica del periodismo y de mi vida. Al momento en que soñaba mucho de lo que luego experimenté y que hoy han quedado en un álbum de fotos por la reinvención de la profesión y su denigración. Gracias a ese impagable recuerdo, no seré malévolo con la ejecución de la serie, que deja bastante que desear y se mueve por esa cobardía de "no está basada en hechos reales" pero luego quiero sacar tajada de la ancestral guerra entre José María García y José Ramón de la Morena.
Mis recuerdos del Butano y el Vizconde de Brunete son los días de instituto entre semana acostado en la cama nido intentando no despertar a mi hermano. Con un transistor de los antiguos pegado a la oreja, de medio lado. Alternando las emisoras porque uno atizaba al otro y a la vuelta de publicidad había respuesta desde el dial rival. Tratando de reír flojo para no despertar a nadie, pero en más de una ocasión me caía una bronca de mi madre por seguir un martes a la una y media de la mañana despierto entre risas. O por haberme quedado dormido y los problemas que le contaban a Gemma Nierga se colaban en la habitación de mis padres a las dos y pico. Guerra de insultos y acusaciones aparte, García y De la Morena trataban su programa como si fuera su hijo, su libro o su película. Desbordaban ganas de contar con los mejores, de buscar las mejores historias. Marcaban una senda que los proyectos de periodista deportivo quisimos y pudimos seguir. No quiero llevarme esta columna al lamento por la pérdida de alma de la profesión, aunque esa corriente arrastra fuerte. De todos los cambios en el gremio, la revolución tecnológica siempre será imparable. Para abaratar costos y para conectar con los códigos de las nuevas generaciones. Pero sacrificar la verdad por el clic o la rapidez no tiene consuelo.
La verdad nunca interesó porque es un grano en el culo de los poderosos. Y aunque estos históricamente han extirpado los más molestos, lo que nunca se puede evitar es que salgan. Los medios, salvando honrosos (y seguramente casi invisibles) proyectos se han convertido en meros kioscos. Las estrellas ya no se miden por carisma sino por followers. Ya no triunfa el que mejor escribe sino el que más tuitea. Y Reyes de la noche es floja, pero también ese oasis de melancolía que todos necesitamos visitar cuando vemos que la vida es una prenda de ropa que ya no nos sienta bien.
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