La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Rubén el de Facua y el palo... a la nata

La nata tiene que ser muy fina para no chirriar, pero la que se suele usar ensombrece los postres y oculta los sabores

Cuidado con el rosco que pretenda jamarse hoy tras dejar el salón cargado de envoltorios y tickets de regalo o con los que se haya metido entre pecho y espalda en el último mes, pues ya nos los venden desde el principio de las fiestas junto a los turrones y el cava. Rubén el de Facua, dicho así todo seguido como una suerte de título nobiliario, ha localizado los sitios donde se han vendido roscos con falsa nata. Un horror. Si ya la nata es delicada por motivos varios y hay quienes la evitamos todo lo posible (¡Qué manía la de algunos restaurantes de echarle un pegotón de nata o sucedáneo al tocino de cielo casero y a cualquier postre!), mejor no imaginar los prejuicios de esas imitaciones que entran por el ojo por su atractivo color blanco y la textura esponjosa. La nata es uno de los peores inventos para la repostería, solo comparable a los chorreones de caramelo con intenciones decorativas. La nata tiene que ser muy fina para que no chirríe ni ensombrezca los sabores originales. La nata es a los dulces lo que el Lambrusco a los buenos vinos o el limón exprimido al pescado frito. Un buen amigo es el que te ayuda en una mudanza y el que te pregunta antes de servirlos si quieres nata en el surtido de postre variado o limón en el adobo. ¡Algo se quiere tapar cuando se emplean la una y el otro! Un buen dulce no necesita montaña de nata como una buena melva no requiere de mayonesa. Se defienden solos, sin ayudas, ni capotes, ni coberturas. Muy bien por Rubén el de la Facua por este nuevo éxito en sus denuncias públicas. La defensa de los consumidores le lleva un día a arrearle a los bancos, otro a las compañías eléctricas y el tercero a la nata de los dulces. Rubén es el azote contra los abusos, las irregularidades y múltiples negligencias. No es hombre de medias tintas, ni precisamente un pusilánime. Sufre también muchos arreones, que aguanta con más paciencia que la sábana de abajo. Se mete en fregados como el del relleno de los roscos, en el precio del pan y el pico de los restaurantes, en la factura de la luz y del teléfono, en los riesgos del comercio electrónico y hasta en las averías de un reloj de alta gama si es necesario. Tengan cuidado ahí fuera con la nata. Y, por cierto, verán que hemos obviado el debate sobre la denominación supuestamente genuina del dulce. Si es rosco o roscón. Están muy pesados todos con el asunto. En España hay mucha gente con la tarde libre. O mucho fijo discontinuo que no computa como parado. Donde haya un buen bollo de leche... Leña a la nata, Rubén.

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